Fuente: Revista Panorama, 27 de julio de 1971.
Era un atardecer pesado de Buenos Aires. El sábado 26 de julio de 1952 no parecía vivirse un día invernal; sin embargo, a las 20.25 una corriente helada atravesó las barriadas más humildes, se enroscó en los hogares de la clase media, rozó el barrio Norte y se hundió en el centro mismo del sentimiento del país. A esa hora, Eva Duarte de Perón -Evita- fallecía, rodeada por su esposo, sus hermanos y el médico, Ricardo Finocchietto.
Un largo, infinito velatorio, se extendió por los días y las semanas siguientes: filas interminables de hombres y mujeres se agolpaban en el local de la Confederación General del Trabajo para ver el cuerpo muerto y embalsamado por el doctor Ara.
Durante 41 meses, el cadáver de “la Abanderada de los Humildes” reposó en la CGT. El 22 de diciembre de 1955 un piquete de oficiales de Ejército, bajo el mando del coronel Carlos Moore Koëning -jefe del Servicio de Inteligencia del arma- procedía a retirar del segundo piso de Azopardo 702 el ataúd con el cuerpo de la compañera de Perón. “Podía ser profanado o utilizado como bandera de una guerra civil. Por eso llegué a una conclusión: había que sacarlo de allí muy rápido”, arguyó el oficial ante Panorama, dos años atrás.
Aquellos eran los días más duros de la Revolución Libertadora: la palabra “revancha”estaba a la orden del día.
Historia de una búsqueda
Desde entonces el destino de los restos se convirtió en una de las incógnitas más apasionantes de la política argentina. Una incógnita que acaso llegue a develarse en las próximas semanas cuando Jorge Daniel Paladino -el virrey de Perón- viaje a España a conversar con el “Líder”. ¿Dónde han reposado el cuerpo o las cenizas de“la Dama de la Esperanza”durante estos años? Es casi posible enumerar las versiones y teorías que circularon para dar respuesta a esa pregunta. Primero se creyó que los restos pasaron a una guarnición. Más tarde quiso la leyenda que los ataúdes se multiplicaran hasta llegar a 25 y que otras tantas misiones -todas falsas, salvo una- llevaran esos sombríos presentes a puntos distintos: Bélgica, Alemania, el Vaticano. La literatura propuso un detalle: “el cuerpo está parado, vertical” hizo declarar Rodolfo Walsh al anónimo militar que protagoniza su cuento Esa Mujer. También se supuso que un organismo dependiente de la Marina se encargó de cremar los restos y sepultarlos en medio del Río de la Plata. ¿Quiénes son los poseedores del secreto? Uno de ellos, sin duda, era Pedro Eugenio Aramburu y quizás se lo llevó a la tumba.
Palabras, palabras
Manuel de Anchorena, -ex candidato a concejal de la UCRP-, estanciero nacionalista que últimamente corteja al General Perón, viajó la semana última de la Santa Sede. ¿Tal vez para lograr allí la devolución del cuerpo? Armando Puente, corresponsal de Panorama en Madrid, alcanzó a detectar las agitadas tramitaciones del embajador en Italia, almirante Argüelles y de monseñor Ángel Bonamín. Ellos se habrían reunido con Anchorena y con el flamante embajador argentino ante Franco, brigadier Jorge Rojas Silveyra para dar los pasos finales en la reaparición del cadáver. No obstante, la gestión fue recubierta de una discreción impenetrable.
El viernes pasado, horas antes de cumplir el rito anual del homenaje a Evita, Juana Larrauri -secretaria de la rama femenina del peronismo- arriesgó una opinión: “A la Señora no le perdonaron nunca que fuera joven y hermosa. Ese es el valor que más le importa a las mujeres de la oligarquía, lo único que jamás le disculparán”.
Amado, aborrecido, el cuerpo de Evita fue arrancado violentamente del lugar que le correspondía. Será mucho, mucho más difícil quitarle su memoria a la inmortalidad. Y sin duda también debe ser incluida en el Gran Acuerdo Nacional.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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