jueves, 31 de marzo de 2011

El duelo entre Lisandro de la Torre e Hipólito Yrigoyen

6 de Septiembre de 1897. Amanece. En uno de los galpones de Las Catalinas, en las proximidades del puerto de Buenos Aires, se realiza un histórico duelo originado en causas políticas. Sus protagonistas son Hipólito Yrigoyen, de 45 años de edad, y Lisandro de la Torre, que tiene a la sazón 28 años.

Decidido partidario de la política de las paralelas, el joven político rosarino rompió con Yrigoyen y lo acusó de personalismo y de egoísmos malsanos. Se alejó para siempre de la Unión Cívica Radical. Yrigoyen nombró padrinos a Marcelo T. de Alvear y al Coronel Tomás Vallée; su antagonista, a Carlos Rodríguez Larreta y a Carlos F. Gómez. Las condiciones del duelo fueron severísimas. El lance se realizaría a sable con filo, contrafilo y punta. El jefe de la intransigencia radical no sabe esgrima y se prepara en pocas horas. De la Torre es un experimentado conocedor del arma. Pero la imperturbabilidad del primero contrasta con la impetuosidad del segundo.

En el galpón de Las Catalinas lidian durante más de medía hora. Cuando el lance termina, Lisandro de la Torre presenta heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo, al tiempo que Yrigoyen resulta ileso. Los duelistas no se reconcilian y el acta que se labra luego expresa que el lance se ha llevado a cabo en San Fernando.

Las causas del duelo estaban en la renuncia que de la Torre había hecho pública ante la convención nacional del radicalismo. “El Partido Radical – decía - ha tenido en su seno una influencia hostil y perturbadora, la del señor Hipólito Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado lo mismo antes y después de la muerte del doctor Alem, que, destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los intereses del país y a los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables”.

Gorilas

Nunca olvidaré aquellos lluviosos días de setiem­bre del 55. Aunque para mí fueron de viento y de sol porque vivíamos en el Valle de Río Negro y los odios se atemperaban por la distancia y la pesadum­bre del desierto. Mandaba el General y a mí me resultaba incomprensible que alguien se opusiera a su reino de duendes protectores. Mi padre, en cambio, llevaba diez años de amargura corriendo por el país del tirano que no lo dejaba crecer. Una vez me explicó que Frondizi había tenido que huir en calzoncillos al Uruguay para salvarse de las hordas fascistas. Y se quedó mirándome a ver qué opinaba yo, que tendría nueve o diez años. A mí me parecía cómico un tipo en calzoncillos a lunares nadando por el río de la Plata, perseguido por comanches y bucaneros con el cuchillo entre los dientes.

No nos entendíamos. Mi peronismo, que duró hasta los trece o catorce años, era una cachetada a la angustia de mi viejo, un sueño irreverente de los tiempos de Evita Capitana. Años después me iba a anotar al lado de otros perdedores, pero aquel año en que empezó la tragedia escuchaba por la radio la Marcha de la Libertad y las bravuconadas de ese miserable que se animaba a levantarse contra la autoridad del General. El tipo todavía era contraalmirante y no se sabía nada de él. Ni siquiera que había sido cortesano de Eva. Todavía no había fusilado civiles ni prohibido a la mitad del país. Era apenas un fantasma de anteojos negros que bombardeaba Puerto Belgrano y avanzaba en un triste barco de papel. Era una fragata bien sólida, pero a mí me parecía que a la mañana siguiente, harto de tanta insolencia, el General iba a hundirlo con sólo arrojar una piedra al mar.

Recuerdo a mi padre quemando cigarrillos, con la cabeza inclinada sobre la radio enorme. Lo sobresaltaban los ruidos de las ondas cortas y quizás un vago temor de que alguien le leyera el pensamiento. A ratos golpeaba la pared y murmuraba: "Cae el hijo de puta, esta vez sí qué cae". Yo no quería irme a dormir sin estar seguro de qué el General arrojaría su piedra al mar. Tres meses atrás la marina había bombardeado la Plaza de Mayo a medio día, cuando la gente salía a comer, y el odio se nos metió entre las uñas, por los ojos y para siempre. A mi padre por el fracaso y el bochorno, a mí porque era como si un intruso viniera a robarme los chiches de lata. Me cuesta verme así: ¿qué era Perón para mí? ¿Una figurita del álbum, la más repetida?, ¿los juguetes del correo?, ¿la voz de Evita que nos había pedido cuidarlo de los traidores? Se me iba la edad de los Reyes Magos y no quería aceptar las razones de mi padre ni los gritos de mi madre.

Creo que allá en el Valle no se suspendieron las clases. Una tarde vinieron unos milicos que destrozaron a martillazos la estatua de Evita. Al salir del colegio vi a un montón de gorilas que apedreaban una casa. Los chicos bajábamos la cabeza y caminábamos bien cerca de la pared. El día que Perón se refugió en la cañonera paraguaya mi madre preparó ravioles y mi padre abrió una botella de vino bueno. "Lo voy a cagar a Domínguez", dijo, ya un poco borracho, y buscó los ojos de mi madre. Domínguez era el capataz peronista que le amargaba la existencia. El tipo que me dejaba subir a la caja del camión cuando salían a instalar el agua. Creo que mamá le hizo una seña y el viejo me miró, afligido. "¿Por qué me salió un hijo así?", dijo y me ordenó arrancar el retrato de Evita que tenía en mi pieza. Lonardi hablaba por radio pero el héroe era Rojas. Para convencerme, mi padre me contaba de unos comunistas asesinados y otra vez de Frondizi en calzoncillos. No les tenía simpatía a los comunistas pero ya que estaban muertos, ¿por qué no acordarse de ellos? Yo no quise bajar el retrato y mi padre no se atrevió a entrar en mi cuarto. "Está bien, pero deja la puerta cerrada, que yo no lo vea", me gritó y fue a terminar el vino y comerse los ravioles.

Fue un año difícil. Terminé mal la primaria y empe­cé mal el industrial de Neuquén. Hasta que Rodolfo Walsh publicó Operación Masacre no supimos de los fusilamientos clandestinos de José León Suárez, ordena­dos por Rojas. Mi viejo seguía enojado con Perón pero se amigó con el capataz Domínguez. Alguien vino a ten­tarlo en nombre de Balbín. En ese entonces yo me había puesto del lado de Frondizi, tal vez por aquella imagen del tipo en calzoncillos que se aleja nadando hacia la costa del Uruguay, y entonces mi padre se negó a entrar en política.

En el verano del 58 empecé a trabajar en un galpón donde empacaban manzanas para la exportación y en febrero se largó la huelga más terca de los tiempos de la Libertadora. Largas jornadas en la calle, marchas, colec­tas y asados con fútbol mientras el sindicato prolongaba la protesta. Un judío de traje polvoriento nos leía presuntos mensajes de Perón. Un día cayó con un Geloso flamante y un carrete de cinta en el bolsillo. Le decían El Ruso; tenía unos anteojos sin marco que dos por tres se le caían al suelo y había que alcanzárselos porque sin ellos quedaba indefenso. Desde la cinta hablaba Perón, o alguien con voz parecida. El General anunciaba un regre­so inminente y los rojos ya no eran sus enemigos, decía. Al final de la cinta nos hablaba al oído y decía que se le encogía el corazón al pensar en esa heroica huelga nuestra ahí entre las bardas del desierto.

Alguien, un italiano charlatán, sospechó que el que hablaba no era el General. En aquel tiempo no conocía­mos los grabadores y la máquina que reproducía la voz parecía demasiado sorprendente y perfecta para ser au­téntica. El Ruso no tenía pinta de peronista y la gente empezaba a desconfiarle. Mi padre y yo no nos hablába­mos, o casi, pero si existía alguien en aquellos parajes capaz de confirmar que la máquina y la voz eran confiables, ése era él. Le conté lo que pasaba y en nombre de la asamblea le pedí que verificara si era auténtico el Geloso del Ruso. Todavía lo veo llegar, levantando pol­vareda con la Tehuelche que me había ayudado a com­prar. Esquivó las barreras que habíamos colocado para cortar el camino y se metió en un pajonal porque venía clandestino. Al principio todos lo miraron feo por su aspecto de radical del pueblo. Un chileno bajito lo trató de profesor y eso contribuyó a que se agrandara un poco. Se puso los anteojos, saludó al Ruso y pidió ver el aparato.

Era una joya. Apenas conocíamos el plástico y aque­llo era todo de plástico. Mi viejo lo miraba como aturdi­do, con cara de no entender un pito de voces grabadas y perillas de colores. El Ruso desenrolló un cable que había enchufado en la oficina tomada y colocó la cinta con cuidado, como si agarrara un picaflor por las alas. Y Perón habló de nuevo. Sinarquía, imperialismo, multina­cionales, algo que hoy sonaría como una sarta de maca­nas. El General recordó la Constitución justicialista, que impedía la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas naturales. Todos mira­ban a mi padre que escuchaba en silencio. Ensimismado, sacó los carretes y tocó la banda marrón con la punta de la lengua. Después pidió un destornillador y desarmó el aparato. Yo sabía que estaba deslumbrado y que alguna vez, en el taller del fondo, intentaría construir uno mejor. Pero esa tarde, mientras el Ruso se sostenía los anteojos con un dedo, mi viejo levantó la vista hacia la asamblea y murmuró: "Es Perón, no tengan duda". Rearmó el Geloso pieza por pieza mientras escuchaba la ovación sonriente, como si fuera para él. Yo le miraba la corbata raída y las uñas limpias. Aquel hombre podía reconocer la voz de Perón entre miles, con ruido de fondo y bajo fuego de morteros. Tanto lo había odiado, admirado quizás. Dos días después llegaron los cosacos y nos molie­ron a palos. Así era entonces la vida. El Ruso perdió los lentes y el Geloso. Mientras corría no paraba de cantar La Internacional. A mí me hicieron un tajo en la cabeza y a los chilenos los metieron presos por agitadores. Al volver a casa, de madrugada, encontré a mi padre en su escri­torio, dibujando de memoria los circuitos del grabador. Me hizo señas de que fuera al lavadero para no despertar a mi madre y puso agua a calentar. Allá en el patio, frente al taller en el que iba a reinventar el Geloso, me ayudó a lavar la herida y me hizo un vendaje a la bartola, porque no sabía de esas cosas. "Parece mentira —me dijo— antes cada cosa estaba en su lugar; ahora, en cambio, me parece que son las cosas las que están en lugar nuestro." Y no me habló más del asunto.
Osvaldo Soriano

Palabra de Cristina Fernández, última semana de marzo

"...quiero agradecerle al Presidente de Venezuela y el pueblo de Venezuela la solidaridad, que tuvieron con la Argentina, en momentos muy difíciles; solidaridad sin la cual hubiera sido imposible tal vez haber llegado a esta Argentina, que tenemos hoy [...] Esa Argentina de hoy tal vez hubiera quedado trunca, si no hubiéramos tenido aquella ayuda. También tuvo que ver lo que trabajamos, lo que nos esforzamos pero muchas veces -y esto lo saben millones de argentinos- uno puede esforzarse, trabajar las 24 horas del día, cuántos millones de argentinos durante tantísimos años se rompieron el alma y cada vez les iba peor. Quiere decir que no solamente basta con la voluntad o el trabajo propio para salir, hay que tener también la mano que te tienden solidaria y además generar el marco que permita modificar y transformar la realidad, que de eso se trata en definitiva o por lo menos debería serlo la política: transformar la realidad."

"Por eso hoy decía que además de esta tierra de libertad y de igualdad, somos tierra de paz. Y en esta UNASUR, que por esas cosas de la vida entró en vigencia un 11 de marzo, ese mismo 11 de marzo donde en un gran acto político reivindicábamos a nuestras juventudes, a nuestras militancias políticas y sociales, ¡vamos, son ustedes los que tienen que tomar la bandera y seguir llevándola adelante!".

"...¿Porque saben cuándo se viola el derecho internacional? Cuando no hay voluntad de paz, y para que no haya voluntad de paz tiene que haber dos o más que no tengan voluntad de paz. Los presuntamente bárbaros de la América del Sur hemos resuelto nuestras diferencias en el marco del derecho internacional, hablando, dialogando y utilizando la diplomacia, porque en definitiva de esto se trata, la diplomacia, nuestras cancillerías, nuestros presidentes, para resolver nuestros conflictos. Cuando uno mira el globo, el mundo y observa a los presuntamente civilizados resolver las cuestiones a bombazos, realmente me siento muy orgullosa de ser americana del Sur, me siento muy orgullosa de formar parte de la UNASUR, me siento muy orgullosa realmente de hacer honor a esa tradición de paz y concordia que tenemos aquí en nuestra querida casa la UNASUR."

"...sinceramente en un ejercicio de honestidad profunda de todos y cada uno de nosotros - de los que estamos aquí y de los que no están aquí - yo sinceramente no recuerdo ningún Gobierno, ninguno que haya inaugurado la cantidad de universidades, de colegios, de viviendas, abierto fábricas."

"...los que quieren ocultar o distorsionar, con sus aciertos y con sus errores, pero ojo que por los errores pusieron su propio cuerpo, no como otros que tuvieron que poner el cuerpo por los errores o por los horrores de los políticos que mal vendieron y vendieron el país generando políticas de hambre y de miseria. No sé si por incapacidad o por miedo porque además había mucho miedo en muchos de los dirigentes políticos. Porque yo me pongo a pensar y me acuerdo cuando era legisladora, cuando me tocó ser diputada nacional y senadora, los discursos que decían que esto no se puede hacer porque si no el Fondo, porque se cae, porque vienen. Porque podía ser fácil explicar y decir que eras solamente por complicidad, no es que habían metido en la cabeza de los argentinos que era imposible hacer algo diferente a lo que te decían que había que hacer de afuera, te habían colonizado mentalmente, que es lo peor que le puede pasar a un pueblo y a una sociedad."

"Y me acuerdo también de él, que sus padres pudieron con mucho sacrificio mandarlo, desde el Sur, desde la Patagonia, a la Universidad Nacional de La Plata a estudiar. Pero cuántos otros habrán quedado en el camino que porque sus padres no podían y tenían capacidades. Porque acá lo importante no es que todos vayan a la universidad, lo importante es que cada uno pueda hacer su elección personal de vida, de igualdad de oportunidades, que eso es lo que tenemos que seguir trabajando por una Argentina que siga generando igualdad de oportunidades."

"...a dos cuadras del mismo lugar en el que ahora están inaugurando un colegio, hecho por cooperativistas, cuando estaba la Argentina del trueque [...] la Argentina cambiaba una carretilla o un martillo por comida. Esto no pasó en Uganda, esto pasó aquí, en la República Argentina, a escasos kilómetros del Obelisco, y no pasó hace dos siglos, pasó hace apenas diez años."

"Yo digo siempre que la memoria, toda la memoria porque no tenemos que tener memoria selectiva, tenemos que poseer una memoria que contemple todo: lo que hicimos bien, lo que hicimos más o menos bien, en lo que nos equivocamos, pero aún con todas las equivocaciones que podamos haber tenido, con los errores porque somos humanos y podemos equivocarnos, siego sosteniendo que este es el proyecto de transformación política, social y económica más importante de nuestros 200 años de historia."

"...hay que hacer entrar al pueblo y a la calle a la universidad para discutir las cosas cotidianas de los argentinos y encontrarles soluciones desde lo académico que para eso nos pagan la educación gratuita universitaria; se la debemos al pueblo y tenemos que tener ese compromiso de devolverle al pueblo lo que el pueblo nos da."

"Ustedes tienen una inmensa ventaja por sobre nosotros cuando ingresamos a la universidad. Cuando yo ingresé a la universidad no había democracia en el país, ningún argentino, ni los que estudiaban ni los que no estudiaban, podían elegir a quiénes los gobernaran o el gobierno que querían tener; ustedes tienen la maravillosa ventaja de vivir en una sociedad democrática y con una libertad como jamás se dio y esto es una construcción colectiva de todos los argentinos."

"La democracia se construye todos los días, se construye con la Ley de Medios, se construye abriendo universidades, abriendo colegios; se construye también con la Asignación Universal por Hijo, independizando la política de baja estofa, como la llamo yo, que en realidad no es política de las necesidades del pueblo; se construye todos los días la democracia y yo siento que cada día que pasa, en cada vivienda, en cada familia que logra tener su techo, en cada argentino que ha logrado tener trabajo, en cada chico de nuestras escuelas públicas secundarias que recibe una netbook, en cada madre que hoy tiene la Asignación Universal por Hijo y tiene asegurada su escuela, su certificado de salud y también -vamos a decirlo con todas las letras- que no las exploten por cuatro monedas, porque también la Asignación Universal sirve para que se acabe en cierta medida la explotación a que eran sometidas muchas por no tener trabajo y trabajar por dos monedas dejando sus hijos todo el día solos. Esto también es construcción de democracia, en cada beca, en cada científico que ha retornado al país, en cada camino, en cada jubilado que hoy puede cobrar su jubilación que ha venido siendo aumentada como nunca les habían aumentado a los jubilados en toda su historia; en cada fábrica."

"De este rescate que hemos hecho me siento tan orgullosa como se sentía orgulloso él, cuando afirmaba una y mil veces que no había dejado sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. Yo les digo que esas convicciones le costaron la vida también, pero que él la dio orgulloso, él quería ver este país, él quería ver a los jóvenes estudiando, trabajando, generando oportunidades de vida y eso es lo que estamos haciendo hoy haciendo flamear esas banderas. Me gusta ver las banderas flameando, me gusta ver como cantan el himno; pónganse a pensar, ¿cuándo nuestra juventud cantó el himno con la pasión que hoy lo canta, con el amor con el que hacen flamear las banderas?"

"...varios premios Nobel, como Paul Krugman, que ha dicho que muchos países europeos van a tener que recurrir a la solución argentina para poder superar situaciones de endeudamiento estructural imposibles de sortear, si no se utilizan instrumentos que suelen ser drásticos, pero a grandes problemas, también grandes soluciones."

"Quiero contarle que somos el país que mayor desarrollo en empresas de biotecnología tiene en toda América latina, algo que va a poder ser clave para poder multiplicar los alimentos, en un mundo que va a tener una demanda, que no va a poder ser satisfecha con las producciones tradicionales en materia de agricultura."

martes, 29 de marzo de 2011

¡Y el nazi era Perón!

Queda claro, supongo: Perón trajo a cuanto nazi quiera Uki, pero no les dio poder. No condicionaron su ideología ni actuaron en la sociedad argentina. Salvo si uds. dicen que ellos hicieron autoritario a Perón (¡como si Perón lo necesitara!) y que hay en la ideología peronista (en la idea de la “comunidad organizada”, como se suele decir) algo de nazismo. Pavadas. En cambio, señores, los norteamericanos, quienes acaso no hayan llevado II nazis a la Casa Blanca, sin duda los llevaron al Pentágono y les dieron enorme poder.

Todos han visto o debieran ver esa formidable película de Stanley Kubrick que lleva por título Dr. Strangelove. Llamada por aquí Doctor Insólito o Cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba. Film de 1964, presenta a un científico en una silla de ruedas que sostiene todo el tiempo su brazo derecho con su brazo izquierdo. Siempre que el brazo derecho se le escapa hace el saludo nazi y el Dr. Strangelove exclama: “Heil Hitler!”. El éxito del film de Kubrick tapó injusta y tristemente otras dos formidables películas. Una es Fail Safe, también de 1964, dirigida por Sidney Lumet e interpretada por Henry Fonda. Y la otra es más conocida por aparecer habitualmente por las pantallas de televisión, por cable o por aire, desde hace varios años. Es The Bedford Incident (ridículamentetraducida como Al borde del abismo, que es la traducción del célebre film de Hawks con Bogart y Bacall). El film es de 1965. Es la historia de un paranoico halcón norteamericano que comanda una destroyer con carga atómica. Se larga a perseguir a un submarino ruso en aguas de Groenlandia.

Todo termina en un desastre. Pero el detalle es éste: el asesor del macartista, paranoico y casi demente conductor de la nave (Richard Widmark) es un nazi. Sí, tal cual. Esto habla bien del cine norteamericano. No necesitan que vaya Uki Goñi a decirles que pusieron a nazis en puestos importantes. No, ellos solitos se dan cuenta y hacen muy buenas películas sobre el tema. Lo notable del film es que el nazi (Eric Portman) termina siendo más sensato que el Capitán Widmark, quien acaba por hacer volar todo y presumiblemente desata una Tercera Guerra Mundial. Estas tres películas forman un corpus sobre la Guerra Fría de alto valor cinematográfico. Pero hay algo peor. ¿No entraron nazis a la Casa Blanca?¡Por favor! Los yankis fueron mucho más vivos que Perón. Si Perón se mandó ese papelón con su sabio nuclear Ronald Richter, los yankis se importaron al más brillante científico nazi, al tipo que casi le hace ganar la guerra a Hitler. Nada menos que a Wernher Magnus Maximilian Freherr von Braun. O más sencillamente: Wernher von Braun. Con respecto al tan sonado affaire Ronald Richter, a quien Perón importó para que le hiciera la bomba atómica y el tipo resultó siendo un fiasco, cosa que el gorilismo explotó hasta niveles extremos, recuerdo a un militante de la JP que decía perplejo: “No entiendo. Se equivocó, ¿y qué hay? ¿Qué quieren demostrar? ¿Que Perón era boludo?”. Impecable razonamiento. Porque o Perón era el demoníaco nazi que hundió a la democracia argentina o frenó a la revolución social que ya estallaba en el ’45 o era un boludo porque había traído a Richter. Las pavadas del chiquitaje gorila son asombrosas. Sí, Richter era un tarado recalcitrante. Sí, Perón se comió un buzón. ¿Y? Perón habrá sido muchas cosas: un político sagaz, maquiavélico, pragmático, un tipo de corazón frío, un tipo del que nunca sabremos si quiso o no verdaderamente a alguien, ni siquiera a Evita, un tipo al que con todas esas características no precisamente maravillosas le alcanzó para ser el caudillo de masas más poderoso de la Argentina y para crear un partido que hoy, aunque afortunadamente descafeinado, todavía gobierna.

Pero, ¿un boludo? No, la acusación se revierte contra quienes pretenden demostrar eso basándose en el affaire Ronald Richter. Esos, de boludos, todo. Volvamos a Wernher von Braun. Por decirlo rápido: es el tipo que le inventó a Hitler las bombas V2 con las que asoló la ciudad de Londres y es, al mismo tiempo, el tipo que les puso a los yankis al hombre en la Luna. De a poco. Veamos: Wernher von Braun nace en Alemania en marzo de 1912. Siempre le apasiona la cohetería espacial. Es eso que los yankis llaman un rocket scientist. Un científico de aparatos a reacción. Entra, de joven, en las filas de las SS. Se enrola luego en el Ejército Alemán. Quiere desarrollar misiles balísticos. Entró en las SS, aclaro, antes de que Hitler llegara al poder. Trabajando para las SS obtuvo un doctorado en ingeniería aeroespacial. ¡Miren a las SS! Y todo el mundo sólo se fija en que montaron campos de concentración y mataron a seis millones de judíos. Pues no: también le permitieron obtener a Von Braun un doctorado en ingeniería espacial. Que se sepa, acaso el mundo lo ignore o lo haya olvidado. Sigue su carrera brillante Herr von Braun. El alto mando alemán le encarga la elaboración de un cohete capaz de atacar territorio enemigo. Wernher von Braun, indignado, huye de Alemania y se refugia en la patria de la libertad y la democracia, Estados Unidos, donde... No, no es así. Wernher se queda en Alemania, como buen nazi que era.

Wernher von Braun diseña los modelos A3 y A4 que entusiasman al Führer. Hitler le ordena la producción masiva de los mismos. Wernher les pone el nombre de V2. Hitler, con ellos, se dispone bombardear a Londres. No es sencillo construir masivamente los V2. Werhner von Braun reclama entonces más contingente humano. Y emplea obreros-esclavos que le son enviados de los campos de concentración y exterminio, algo que Werhner, siempre concentrado en lo suyo, ignora por completo. De lo contrario, humanitariamente se habría opuesto. ¡El tipo era un miserable! Hacia el fin de la guerra se habían arrojado 1155 bombas V2 contra Inglaterra y 1625 contra Amberes y otros objetivos del continente. No hay experto militar que ignore un hecho fundamental: si Von Braun hubiera empezado antes la producción en masa de las bombas V2, Alemania habría ganado la guerra. Los aliados bombardearon los laboratorios de Peenemünde, donde trabajaba Von Braun con sus obreros-esclavos, pero no mataron a Von Braun, que ya se había ido en busca de los yankis. Mataron a todos los que hacían trabajo esclavo.

Wernher, entre tanto, iba en busca de la libertad. Los norteamericanos habían organizado la operación Paperclip destinada a capturar científicos alemanes y ubicarlos bajo su dirección. Wernher von Braun se entrega junto con otros quinientos científicos de su equipo. Los rusos se lo pierden. También lo quería para su equipo Sergei Korolov. A papá Stalin también le importaba un reverendo rábano que Wernher hubiera sido SS, que haya utilizado obreros-esclavos de los campos de concentración, que sus bombas V2 hayan arrasado buena parte de Europa, nada. Lo quería para él. La guerra que se iniciaba era otra y los cerebros alemanes eran muy codiciados. Ni hablemos de lo que Alemania misma hizo con los nazis, a los que integró masivamente a su resurrección. Pero sigamos con Wernher. Falta lo mejor. Lo más espectacular. ¡Es tanto lo que el mundo y todos nosotros le debemos! Wernher se hace ciudadano norteamericano.

Algo que ocurre el 14 de abril de 1955. Es un héroe. Su cohete V2 es la base de toda la cohetería que desarrollan los rusos y los yankis en la carrera espacial. En 1960, encontramos a Wernher en la NASA. Se le encomienda la construcción de los gigantescos cohetes Saturno. ---------- Pero antes, en la década del ’50, Wernher ya era muy conocido por sus artículos en la publicación semanal Cullier, la más importante de ese momento. Y aquí viene el dulce “toque” Disney: Wernher participa en tres programas de televisión divulgando temas de exploración espacial. Patrocina la Walt Disney Corporation. No sean amargos: ¿no es esto conmovedor? El SS y Mickey Mouse juntos, dejando atrás sus diferencias, acaso mínimas, y divulgando la ciencia de la cohetería para los niñitos americanos. Aún, dije, falta lo mejor. Wernher tiene en sus manos la fabricación de los cohetes Saturno. Se convierte entonces en el director del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la NASA. Diseña, así, el Saturno V. Que el tipo era un genio, lo era. Que había sido un SS, también. Que había reventado a bombazos a los ingleses y a los belgas y a otros países, también. Que había utilizado obreros extraídos de los campos de concentración y exterminio, también. Pero eso, ¿qué importaba? ¿Qué podía importar si Wernher von Braun, durante los años 1969 y 1972, con el cohete Saturno V... ¡lleva al Hombre a la Luna! Caramba, lo que es la historia humana. El hombre llegó a la Luna de la mano de un SS.

¿Recuerdan ustedes esas jornadas maravillosas de 1969? Yo sí, porque soy un veterano y serlo tiene sus grandes ventajas. A veces sentís que la Historia se te entrega en totalidad y la podés ver desde un lado que siempre se te negó, porque, sencillamente, eras joven. Es cierto, estás más cerca de la Parca, estirás la pata en cualquier momento, pero disfrutás de la posibilidad de un saber más añejo, más totalizador. Bien, se acabó el interregno sentimental.

Wernher nos sigue reclamando. Las jornadas de 1969, decía. Fueron así: el mundo entero estaba fascinado por una conquista, no de los norteamericanos, sino del Hombre. Era el Hombre el que había llegado a la Luna. Igual, los yankis clavaron ahí su banderita, alevosamente. Todos miraban la tele. Todos exclamaron extasiados cuando ese Armstrong dio unos saltitos en el suelo ceniciento del planeta de los enamorados. Aquí manejaban la transmisión de TV Mónica Mihanovich, creo que así se llamaba en ese entonces,y el más que agradable Andrés Percivale. De pronto, ¡aparece Nixon! ¡Y se pone a hablar con Armstrong! Increíble: el hombre habla desde la Tierra con el hombre que está en la Luna. Durante esos días, Nixon había ordenado un ataque masivo de sus poderosos bombarderos B52 sobre Vietnam del Norte para terminar de una buena vez con esa maldita guerra que no podían ganar y les arruinaba esta fiesta espacial.

También durante esos días se hace el Cordobazo en la Argentina. Pero es el mundo el que festeja. ¡Hemos llegado a la Luna! Se ha cumplido el sueño de Herbert George Wells, ese visionario. El film de Georges Méliès es realidad. El Hombre, así, con mayúscula, ha escrito una de las páginas fundamentales de su Historia. Todo gracias a Wernher. Que ya sabemos quién había sido. Amigo de Hitler, pudo haberlo llevado a ganar la guerra si disponía de un poco más de tiempo. En ese caso, habría sido el bueno de Adolf quien hablara con algún Armstrong alemán, y bien nazi, sobre la gran hazaña del género humano. ¡Y el nazi era Perón!

Fuente: Jose Pablo Feinmann, Peronismo: Filosofía política de una persistencia argentina, Planeta, 2010.

lunes, 28 de marzo de 2011

La muerte de Massera, símbolo de la represión ilegal

Estaba internado en el Hospital Naval. La muerte se produjo alrededor de las 16 horas del 8 de noviembre de 2010. Emilio Eduardo Massera, uno de los integrantes de la Junta Militar que comandó el golpe de Estado de 1976, falleció en el Hospital Naval donde permanecía internado. Tenía 85 años.

El ex almirante, poderoso jefe de su Fuerza, había sido condenado a cadena perpetua en 1985 por los crímenes durante la dictadura –asesinato, torturas, privaciones ilegales de la libertad y robo- e indultado por el ex presidente Carlos Menem en 1990. Volvió a la cárcel en 1998 por el delito de sustracción de menores. Y en septiembre de 2010 la Corte confirmó la nulidad de aquellos indultos, pero a raíz de que Massera estaba declarado incapaz por demencia se suspendieron las causas en su contra.

En 2002, el marino había sufrido un accidente cerebrovascular que lo postró.

Desde 2009, estaba siendo juzgado “en rebeldía” en Italia por el asesinato de tres ciudadanos ítalo-argentinos durante la dictadura: Giovanni Pegoraro y su hija Susana, madre de una niña nacida en cautiverio; y de Angela María Aieta, madre del dirigente peronista Juan Carlos Dante Gullo.
Fuente: mdanoticias.blogspot.com

domingo, 27 de marzo de 2011

Gracias Néstor


Hoy me levante con dolor en las manos y los brazos, por flamear ayer la bandera Argentina bajo una incesante lluvia, que parecía reflejar con asombrosa exactitud la tristeza que el pueblo Argentino sentía.

Pero ese dolor físico fue mitigado al recordar que era el resultado de pasar tres días en Plaza de Mayo junto al Líder, junto a miles de almas que sentíamos lo mismo, que esperamos durante horas y días, que, aún bajo la helada lluvia, corrimos acompañando el auto que se lo llevaba.

Pero había un dolor más fuerte, más profundo y no había recuerdo o razonamiento que lo mitigue. Era el de mi corazón.

Se nos fue el hombre que le volvió a dar dignidad a los niños, al trabajador, al jubilado, a TODOS los argentinos sin distinción de clase social alguna. Ese que a los jóvenes nos devolvió la esperanza de tener un futuro dentro de su país, quien permitió que nuestra Corte Suprema sea independiente, quien reconoció y permitió todos seamos iguales más allá de las preferencias sexuales, quien permitió que los técnicos tengan trabajo, que los obreros puedan ganar bien, quien se atrevió a decirle NO al ALCA en su propia cara a Bush.

Hoy, el día después de su entierro, me embargan distintas emociones; bronca, por lo inevitable y por la incomprensión de algunos; incertidumbre por no saber qué vendrá y que batallas se nos presentaran. Y, aunque siento una gran sensación de orfandad, que nuestro líder se fue, también tengo esperanza y certeza porque sabemos que no se quedó sola, que todo el pueblo Argentino está con ella, y que todos sostenemos este proyecto Nacional y Popular.

GRACIAS Néstor por haber puesto en cada uno de nosotros la esperanza de poder tener un país mejor, por inspirar a miles de jóvenes a involucrarse en política y demostrar que, aquellos que ya veníamos luchando por un país mejor, no estábamos equivocados.

En Plaza de Mayo fui testigo, no sólo del profundo dolor reflejado en el constante llanto de un pueblo, sino también de una fuerza viva en los jóvenes, una fuerza que me llenó de esperanza, una fuerza dispuesta a llevar adelante el modelo.

Luciano Delgado Sempé
31 de octubre de 2010

miércoles, 23 de marzo de 2011

Primeras medidas de la Junta Militar

Fuerzas Armadas: Un trascendente compromiso

Fuente: Revista Siete Días Ilustrados, N° 458, 26 de marzo de 1976.

"Agotadas todas las instancias del mecanismo constitucional, superada la posibilidad de rectificaciones dentro del marco de las instituciones y demostrada, en forma irrefutable, la imposibilidad de recuperación del proceso por sus vías naturales, llega a su término una situación que agravia a la Nación y compromete su futuro." Así comenzaba la proclama que, en la madrugada del miércoles 24, fue propalada por todas las radioemisoras del país. Más adelante, el documento aludía al "trascendente compromiso" asumido por las Fuerzas Armadas y formulaba una convocatoria a "toda la comunidad nacional". El proceso de reorganización nacional iniciado poco antes por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea definía así el espíritu que lo anima. Las páginas que siguen testimonian los hechos iniciales del pronunciamiento militar, comandado por el teniente general Jorge Videla, el almirante Emilio Massera y el brigadier Orlando Agosti

El primer comunicado se difundió a las 3.21 del miércoles 24, por medio de la Cadena Nacional de Radiodifusión. En él, la Junta de Comandantes Generales informaba a la población que el país se encontraba bajo control operativo de las Fuerzas Armadas y exhortaba al estricto cumplimiento de las disposiciones militares, policiales y de organismos de seguridad. Posteriormente, otro parte militar recordaba la vigencia del estado de sitio y la prohibición de realizar manifestaciones callejeras. Más tarde -y siempre firmados por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Agosti- se informaba que "el personal afectado a la prestación de servicios esenciales, queda directamente subordinado a la autoridad militar", mientras se advertía que por la índole de esos servicios: "las infracciones o deficiencias en su prestación quedan incursos en las disposiciones del Código de Justicia Militar".

Otros comunicados -los números 5 y 6, respectivamente- prohibían la navegación de cualquier tipo de embarcación civil en ríos argentinos y los vuelos en todo el territorio y aguas jurisdiccionales.

La Junta de Comandantes Generales -en su bando número 7- aclaró antes del amanecer que su intervención se efectuó "en favor del país todo y no contra determinados sectores sociales", llamando a la reflexión y exhortando al esfuerzo de trabajadores y empresarios "para lograr que las relaciones laborales se mantengan dentro de un clima de libertad y respeto". El texto de ese comunicado recomendaba a los trabajadores no escuchar incitaciones a la violencia y previno a los empresarios para que no tomaran medidas arbitrarias contra su personal.

Exactamente a las 4.40 las emisoras de radio divulgaron el octavo comunicado: la Junta de- Comandantes daba cuenta de que en el país reinaba tranquilidad y se garantizaba el normal abastecimiento de alimentos a la población.

Otras medidas

Durante las primeras horas de la mañana del miércoles, la ciudad estaba en calma y la mayoría de las actividades fabriles se desarrollaban normalmente. A esa altura del proceso se había decretado asueto administrativo y educacional, feriado bancario cambiario y bursátil y la suspensión de transferencias y el congelamiento de cuentas. Mientras tanto se responsabilizaba a funcionarios y empleados públicos de la conservación de bienes y fondos estatales a su cargo. Antes de las 10 de la mañana las radios dieron cuenta que la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas se constituiría, en el edificio Libertador, como Junta Militar.

Los partes números 15 y 16 comunicaron que quien causare lesiones graves o muerte del personal militar y de las fuerzas de seguridad, será recluido por tiempo determinado o penado con la muerte. "Se han creado en todo el territorio del país -dio cuenta el comunicado 15-, los Consejos de Guerra Especiales estables que determina el artículo 483 del Código de Justicia Militar, los que aplicarán el procedimiento sumario establecido en los artículos 481 a 501 del Código de Justicia Militar". Igualmente se castigará con reclusión hasta quince años al que cometiere cualquier violencia con el personal de las fuerzas de seguridad y el "que atentare con armas contra buques, aeronaves, cuarteles o establecimiento militar o de las fuerzas de seguridad", pena que puede llegar a reclusión por tiempo determinado o muerte si se produjeran lesiones graves del personal militar o de seguridad.

Ideario

A las 10.40, al asumir el poder los comandantes generales anunciaron once resoluciones, contenidas en el "Acta para el proceso de reorganización nacional y jura de la Junta Militar". En ese documento se declara caducos los mandatos del presidente de la Nación, gobernadores y vicegobernadores, interventores federales, diputados y senadores nacionales y provinciales, intendentes municipales, representantes y concejales. También se removieron los miembros de la Corte Suprema de Justicia y los integrantes de los tribunales superiores provinciales y se suspendió -entre otras medidas- la actividad política o gremial. Finalmente, el Acta informaba que se notificaría de todo lo resuelto y actuado a las representaciones diplomáticas acreditadas en el país y a las representaciones diplomáticas argentinas en el exterior. El Acta señalaba que una vez efectivizadas esas medidas se designaría al ciudadano que ejercería el cargo de presidente de la Nación.

Esas medidas ponían en marcha lo anunciado a las 3.20 de la mañana en una proclama difundida por la cadena radial y firmada por los tres comandantes generales. Ese documento explicó la determinación asumida por las Fuerzas Armadas: "Esta decisión -señaló en uno de sus párrafos-, persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo y sólo está dirigida contra quienes han delinquido o cometido abusos de poder. Es una decisión por la Patria y no supone, por lo tanto, discriminaciones contra ninguna militancia cívica o sector social alguno. Rechaza, por consiguiente, la acción disociadora de todos los extremismos y el efecto corruptor de cualquier demagogia".

Por la tarde se difundió el comunicado número 25. En él se establecía la intervención de la CGT y CGE y el congelamiento de sus fondos, la supresión del fuero sindical y la intervención de la Cruzada de Solidaridad, a efectos de su liquidación.

Esas fueron las primeras medidas de la Junta Militar, adoptadas en medio de la expectativa pública, durante una jornada que a pesar del continuo desplazamiento de tropas en todo el país, se vivió en calma y total tranquilidad laboral: según constataron cronistas de distintos medios informativos, las zonas fabriles del Gran Buenos Aires y del interior trabajaron normalmente.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Simón Radowitzky (1891 - 1956)

"Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo."

Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia", fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.

"Traigo aquí para Simón
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido."

Así cantaba el payador Manlio por la década del veinte.

Es que Simón había corporizado la violencia de abajo al matar de un preciso bombazo al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón después que éste reprimiera brutalmente la manifestación obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá la más grande tragedia obrera hasta ese momento de nuestra historia social. La policía montada al mando del comisario Jolly Medrano, después de que sonara el clarinazo de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las columnas obreras en la Plaza Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos proletarios en San Petersburgo o en Moscú. En la historia de las represiones obreras, la del coronel Falcón quedó como una de las más cobardes y alevosas. En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para explicar el drama, el militar traerá el argumento que todavía hoy se emplea en la Argentina: le echa la culpa a los "agitadores". Seguirán días de paro general proclamado por la FORA que tendrá un desarrollo muy violento. Esos días continuará la brutal represión y se seguirán sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:

"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"

Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua durante veinte días", como dirá la sentencia.

En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad mística y al que admiran casi con respeto religioso.

Sus compañeros de ideas de todo el país no lo abandonaron en ningún momento. Miles de mitines y su nombre siempre en la primera página de sus publicaciones. Hasta que en 1930, Yrigoyen firmará el indulto. Pero el gobierno radical no se aguanta al carismático atentador en territorio argentino y lo expulsa al Uruguay. Allí será detenido y poco después soportará presidio en la isla de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará a la Guerra Civil española a luchar contra el fascismo de Franco. Morirá en México en 1956 mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes, el mejor oficio que puede tener un ser humano.

Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps. Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos tres jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan los recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:

"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."
Autor: Osvaldo Bayer.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

martes, 22 de marzo de 2011

Rodolfo Walsh y la muerte de su hija María Victoria

Carta a Vicki

Querida Vicki: La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y Pablo: “era mi hija”. Suspendí la reunión.

Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.

No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía.

Hablé con tu mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida.

Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.

Hoy en el tren un hombre me decía: “Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año”. Hablaba por él pero también por mí.

Carta a mis amigos

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con fuerzas del Ejército. Sé que aquéllos que la conocieron la han llorado. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.

El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era oficial 2° de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron como ella.

La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A los 22 años, edad de su posible ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época comenzó a trabajar en diario La Opinión y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de vida de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda satisfacción individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical, que era su responsabilidad.

Nos veíamos una vez por semana, cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizá diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor, consolándonos de la anticipada partida.

Mi hija no estaba dispuesta a entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era no hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro, la misma con que se mató nuestro amigo Paco Urondo, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.

El 28 de setiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quién dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.

A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político, Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amanecido, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.

"El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía."

He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo por las clases de instrucción.

Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.

"De pronto, dice el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. 'Ustedes no nos matan' dijo el hombre 'nosotros elegimos morir'. Entonces se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros."

Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró dos granadas. Después entraron los oficiales. Encontraron a una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.

En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella.

Esto es lo que quería decir a mis amigos y lo que desearía de ellos es que lo transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

jueves, 17 de marzo de 2011

Fragmentos del testamento de Juan Manuel de Rosas

Southampton, veintiocho de agosto de mil ochocientos sesenta y dos.

En el nombre de Dios todopoderoso, y el de María, su Santísima Madre, yo, Juan Manuel Ortiz de Rosas y López, por el presente renuevo éste mi Testamento, que escribo en mi entero juicio, con mi propia mano, y completamente bueno.

1- Como desde mi juventud he tenido siempre hecho mi testamento, que he renovado muchas veces, según lo he necesitado, declaro sin ningún valor, en ningún tiempo ni casos, todos y cada uno de los anteriores.

2- Nombro por mi Albacea al Honorable Lord Vizconde Palmerston, con facultad para nombrar otro en su lugar en los casos que le fueren necesarios. En el de su muerte, nombro a la persona que desempeñe el Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Su Majestad Británica. Así procedo porque, habiendo el Gobierno de Buenos Aires confiscado injusta e ilegalmente mis bienes, entre los que están envueltos los de mi hija, Manuelita de Rosas de Terrero, que tiene dos hijos ingleses, los más de diez años que tengo de residencia en este país, sin haber salido fuera de sus límites ni un sólo día, con una conducta honrada, y las tan finas como amistosas consideraciones con qué me ha favorecido el Honorable Lord Vizconde Palmerston, me impulsan, y animan, a ésta elección.

3- Mi funeral debe ser solamente una misa rezada, sin pompa ni aparato alguno.

4- Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton, en una sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura y decente, si es que hay como hacerlo, así con mis bienes, sin perjuicio de mis herederos.
En ella se pondrán a la par de los míos los de mi compañera Encarnación, y los de mi padre y madre, si el gobierno de Buenos Aires lo permite, previa la correspondiente súplica. (...)

6- A nadie debo algo ni en dinero, ni en cosa alguna que lo valga, pero cuando mis bienes me sean devueltos, hay que pagar las cuatro mil libras esterlinas, que debo entonces devolver y entregar con los intereses correspondientes, según las contratas que están en mi poder. (…)

7- Soy acreedor del estado de Buenos Aires por el importe de (116.000) ciento diez y seis mil reces, novillos y vacas gordos, cuarenta mil seiscientas ovejas, todo de mi propiedad consumidos los unos y empleados los otros en los ejércitos de Buenos Aires. (…)

8- Todo cuanto me deben los pobres lo cedo en su beneficio. (…)

10- Todas las alhajas que tiene mi hija, Manuelita de Rosas, de Terrero, que yo le compré, o le di son de su pura y legítima propiedad.

11- He entregado a mi dicha hija las escrituras de las cinco casas siguientes, que le pertenecen por herencia materna. - La que fue de Don Diego Agüero. - A ésta corresponde el jardín de los corredores, y su terreno. La que fue de Don Carlos Santa María. - De ésta es el patio de los cinco naranjos y una lima. - La comprada a Doña Rafaela de Arce.- (…)

12- A Eugenia Castro en correspondencia al cuidado con que asistió a mi esposa, Encarnación, a habérmelo recomendado ésta poco antes de su muerte, y a la lealtad con que me sirvió asistiéndome en mis enfermedades, se le entregarán por mi Albacea, cuando mis bienes me sean devueltos, ochocientos (800) pesos fuertes metálicos.

13- A la misma Eugenia Castro, pertenecen la casa que fue de su finado padre, el coronel Don Juan Gregorio Castro, cita, de la Concepción para el campo, la que le entregué como de su legítima herencia, y un terreno contiguo que para ella compré y regalé. (…)

Adiciones

(…)
2- La manda 4 la reformo del modo siguiente: Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton hasta que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios.

Entonces será enviado a ella previo el permiso de su gobierno y colocado en una sepultura moderada, sin lujo ni aparato alguno, pero sólida, segura y decente, si es que haya cómo hacerlo así con mis bienes, sin perjuicio de mis herederos.

En ella se pondrá a la par del mío, el de mi compañera Encarnación, el de mi padre, y el de mi madre.

Cuando mi cadáver se conduzca al cementerio, que será dos días después de mi muerte, el carro fúnebre que lo lleve, será acompañado solamente de un coche con tres o cuatro personas. (…)

7- Cuando se casó Manuelita le regalé también un ejemplar del libro de la nobleza de mis antepasados. El otro que tengo, si no lo regalo antes de mi muerte, será entregado a mi hijo nieto, Manuel Máximo, a quien llamo “Nepomuceno José”, por recuerdo noble, amor y respeto a la memoria de su padre abuelo y del hermano de éste, mi padrino de casamiento, e inolvidable amigo, honorable y noble canónigo dignidad Don José María Terrero. (…)

9- La manda 20 que dice: “La mitad de mis libros impresos en español se entregará a mi hijo Juan y la otra mitad a Manuelita” queda reformada así: “Mis libros en español se entregarán a mi hija Manuelita. Muerta ésta a su esposo Máximo, muerte éste a sus hijos por escala de mayor edad”. (…)

30-El loro Blagard lo dejo a Máximo, muerto éste Manuelita, muerta ésta a Manuel Máximo, muerto éste a Rodrigo.*

*La ortografía ha sido modernizada para una mejor comprensión

Juan Carlos Onganía (1914 - 1996)

Juan Carlos Onganía, el dictador que se proponía gobernar la Argentina por cuarenta años, nació en Marcos Paz, provincia de Buenos Aires, el 17 de marzo de 1914. Sus padres se dedicaban a las tareas agrícolas y atendían un pequeño almacén. Cursó la escuela primaria en colegios parroquiales. A los diecisiete años ingresó al Colegio Militar y a los veinte se graduó como teniente. Fue ocupando diversos destinos y ascendiendo en la carrera militar hasta llegar en 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi, al grado de General de Brigada en el arma de caballería.

Atrajo la atención de los medios y la opinión pública en 1962 cuando encabezó el bando azul en los enfrentamientos internos que se produjeron durante el breve gobierno de Guido. La base de la oposición entre azules y colorados se hallaba en su concepción respecto del peronismo. Ambos sectores eran antiperonistas pero en distinta forma. Para los colorados, el peronismo era considerado un movimiento de clase sectario y violento que podría dar lugar al comunismo. Por el contrario, los azules consideraban que, a pesar de sus excesos y de sus abusos, el peronismo era una fuerza nacional y cristiana que permitió a la clase obrera no volcarse hacia el comunismo.

El triunfo de los azules le valió a Onganía su promoción a Comandante en Jefe del Ejército. Políticamente se dio una situación paradójica. Debido a las presiones de los factores de poder, los azules, que acaudillados por Onganía ejercían de hecho el poder durante el débil gobierno de Guido, terminan imponiendo el proyecto de los colorados ya que, finalmente, el gobierno de Guido con su ministro del Interior, el general Villegas, un militar azul, termina proscribiendo el peronismo, una situación que nadie esperaba.

En 1963, triunfó el Doctor Arturo Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo, con el 25% de los votos en unas elecciones en las que el voto en blanco peronista fue masivo.

El 7 de agosto de 1964, el General Onganía pronuncia en la Academia Militar de West Point, Estados Unidos, durante la Quinta Conferencia de Ejércitos Americanos, un discurso que preanuncia la Doctrina de la Seguridad Nacional, según la cual, el enemigo estaba ahora fronteras adentro y se encarnaba a los opositores, al sistema de vida "occidental y cristiano", a los que se calificaba genéricamente como comunistas. Dijo en aquella ocasión: "El deber de obediencia al gobierno surgido de la soberanía popular habrá dejado de tener vigencia absoluta si se produce al amparo de ideologías exóticas, un desborde de autoridad que signifique la conculcación de los principios básicos del sistema republicano de gobierno, o un violento trastocamiento en el equilibrio e independencia de poderes. En emergencias de esta índole, las instituciones armadas, al servicio de la Constitución no podrán, ciertamente mantenerse impasibles, so color de una ciega sumisión al poder establecido, que las convertirían en instrumentos de una autoridad no legítima".

En noviembre de 1965, Onganía decidió pasar a un segundo plano, según versiones, para planificar un futuro golpe de estado, y renunció a la Comandancia del ejército. Fue reemplazado por el General Pistarini

Pese a sus logros, Illia estaba muy condicionado por los factores de poder que mantenían una rígida postura frente al peronismo y presionaban para que siguiera proscripto. Veían en la política social del gobierno radical rasgos populistas. Parte del empresariado entendía que el presidente se apartaba de las prácticas liberales tradicionales de reducción de la inversión en rubros como salud y educación, y comenzaron a conspirar con los sectores golpistas del ejército a los que se sumaron sectores gremiales y la mayoría de la prensa.

Los dirigentes sindicales peronistas, encabezados por el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, acosaron a Illia con paros y planes de lucha.

Los medios de prensa hicieron el resto para crear un clima de inconformidad y golpismo. Insistieron con la supuesta lentitud del presidente y propusieron su reemplazo por un caudillo militar.

El 29 de mayo de 1966, día del ejército, el general Pistarini le puso plazo al golpe: 30 días. El gobierno, a pesar de las presiones, insistió en legalizar al peronismo y permitió su participación en elecciones provinciales.

En este contexto, fue enviado al Parlamento un novedoso proyecto de Ley de Medicamentos, que limitaba el accionar de los poderosos laboratorios multinacionales y les imponía controles sanitarios.

En las primeras horas del 28 de junio de 1966, cumpliendo su amenaza, las fuerzas armadas ingresan a la Casa Rosada. El general Julio Alsogaray, hermano del famoso economista, es el encargado de intimar al presidente. En esas circunstancias, se produjo un recordado diálogo:

Alsogaray: “En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho”.

Illia: “Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como asaltantes nocturnos, que, como los bandidos aparecen de madrugada”.

Alsogaray: “Lo invito a retirarse. No me obligue a usar la violencia”.

Illia: “¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes. El país les recriminará siempre esta usurpación”.

Finalmente, el presidente Illia fue sacado por la fuerza de la casa de gobierno y los militares se hicieron cargo del poder. El 30, asumió el nuevo presidente, Juan Carlos Onganía, jurando sobre los estatutos de la autodenominada "Revolución Argentina". En la ceremonia estuvieron presentes notorios dirigentes sindicales peronistas, como el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor.

Perón desde Madrid declaró: "Los gobernantes surgidos del golpe de estado del 28 de junio han expresado propósitos acordes con los principios del movimiento peronista; si ellos cumplen, los peronistas estamos obligados a apoyarlo".

A poco de asumir y, en la seguridad de que las universidades eran un reducto opositor, el gobierno decidió intervenirlas quitándoles la Autonomía y el Cogobierno, conquistas logradas con la reforma de 1918.

Cuando docentes y alumnos quisieron defender sus conquistas, se produjo uno de los hechos más lamentables de la historia cultural argentina: la Noche de los Bastones Largos.

Ese 28 de julio de 1966, la Guardia de Infantería, armada con pistolas lanzagases y largos bastones, golpeó y detuvo a docentes y estudiantes de varias facultades de Buenos Aires. La consecuencia fue el despido y la renuncia de más de 700 docentes que abandonan el país para continuar sus brillantes carreras en el exterior.

El ministro de Economía que se desempeñó durante el mayor tiempo de la gestión de Onganía, Adalbert Krieger Vasena, logra controlar la inflación congelando los salarios, una receta muy conocida. Tras una devaluación del peso del 40%, el dólar permaneció estable por casi dos años. El gobierno encaró obras públicas, pero los principales beneficiarios del programa económico fueron los grandes empresarios y las más importantes empresas industriales, muchas de ellas multinacionales. El agro pampeano fue perjudicado por la devaluación de la moneda en un 40% y por el aumento de los porcentajes de retención a las exportaciones agropecuarias. La supresión de medidas proteccionistas perjudicó a productores regionales del Chaco, Tucumán y Misiones.

Onganía implantó una rígida censura que alcanzó a toda la prensa y a todas las manifestaciones culturales como el cine, el teatro y hasta la lírica, como en el caso de la ópera Bomarzo de Manuel Mujica Lainez y Alberto Ginastera.

El agitado clima gremial de los años anteriores a 1966, llevó a los representantes del capital internacional y al mismo gobierno a pensar en medidas que impusiesen la disciplina sindical y laboral. En 1967 el gobierno emitió un decreto ley contra el comunismo que en realidad estaba destinado a todo el arco opositor. El gobierno de Onganía ganó una dura batalla en el campo sindical al constituirse la Comisión de los Veinticinco, encargada de preparar el proceso electoral en los sindicatos que llevó a la división del movimiento obrero a mediados de 1968 en dos centrales sindicales: la CGT de Azopardo, de buen diálogo con el gobierno, y la CGT de los Argentinos, combativa y opositora.

Todo parecía estar bien para Onganía que soñaba con una dictadura al estilo Franco, sin plazos, convencido de que la gente no tenía por qué preocuparse y estaba feliz con el gobierno.

Pero la oposición existía y el descontento también. Fundamentalmente en las fábricas y en las universidades.

En mayo de 1969, comenzaron a evidenciarse los síntomas de un descontento que venía creciendo entre distintos sectores de la población debido al cierre de los canales de participación política, la política educativa, social y económica del gobierno.

El 15 de mayo, la policía reprimió violentamente una manifestación de estudiantes en Corrientes. Allí murió el estudiante de medicina Juan José Cabral. Dos días después, en Rosario, estudiantes que se movilizaban para repudiar el crimen de Cabral fueron enfrentados por la policía. Uno de los uniformados, el oficial Juan Agustín Lezcano, extrajo su arma y asesinó al estudiante Adolfo Bello de 22 años. El hecho produjo la indignación de los rosarinos que se manifestaron masivamente en una "marcha del silencio". El 21 de mayo la policía volvió a reprimir y a cobrarse una nueva víctima, el aprendiz metalúrgico Luis Norberto Blanco de 15 años. La situación se agravó y las calles de Rosario fueron ocupadas por obreros y estudiantes que levantaron barricadas y encendieron fogatas, alimentadas con mesas, sillas, cajones, cartones y papeles arrojadas por los vecinos desde sus balcones, para colaborar con los manifestantes para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos. Era el "Rosariazo", el primer estallido de una larga lista que expresaba el descontento popular con la dictadura de Onganía quien decretó la ocupación militar de Rosario y varios puntos de la provincia de Santa Fe.

Estas noticias tuvieron gran repercusión en Córdoba, donde existía una estrecha relación entre los estudiantes y los obreros de las grandes fábricas instaladas en el cordón industrial, ya que muchos trabajadores estudiaban en la Universidad de Córdoba. Este hecho, sumado a la constitución de un movimiento obrero muy combativo, surgido con posterioridad al peronismo, al calor de las corrientes de ideas revolucionarias de los años ’60, llevó a que el proceso de politización creciera notablemente tanto en las fábricas como en las facultades.

Mientras en Buenos Aires las autoridades celebran el día del ejército, obreros y estudiantes se apoderan de la ciudad de Córdoba para hacerse oír.

El 29 de mayo de 1969, se produjo un hecho que quedará en la memoria como el Cordobazo. La Policía fue desbordada y debió retirarse. Finalmente, el ejército logró controlar la situación en la ciudad, pero en el país la cosa parecía incontrolable.

Onganía desconcertado declaró pocos días después: "Cuando en paz y en optimismo la república marchaba hacia sus mejores realizaciones, la subversión, en la emboscada, preparaba su golpe. Los trágicos hechos de Córdoba responden al accionar de una fuerza extremista organizada para producir una insurrección urbana. La consigna era paralizar a un pueblo pujante que busca su destino".

Los hechos de Córdoba abrieron el paso a la violencia como forma de hacer política. El cierre de los canales tradicionales de participación, como los partidos políticos y la represión de la actividad gremial en las universidades llevaron a muchos jóvenes a canalizar su protesta a través de la guerrilla.

Desde los hechos de Córdoba, el ejército a través de su jefe, el general Alejandro Agustín Lanusse, venía presionando a Onganía para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación nacional en la que ya no cabía su proyecto de una dictadura autoritaria y paternalista sin plazos, que tomaba como modelo al régimen instaurado por Franco en España. El secuestro y asesinato del general Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho, fueron el detonante para un nuevo golpe interno. El desprestigio alcanzó al ejército. Su líder indiscutido, el general Lanusse, optó por permanecer en segundo plano y preservar su figura, derrocando a Onganía el 7 de junio de 1970 y designando como presidente a Roberto Marcelo Levingston, un general que cumplía funciones como agregado militar en Washington.

Tras su derrocamiento y su posterior pase a retiro, Juan Carlos Onganía adoptó un perfil bajo. Se lo vio intermitentemente en los palcos colmados de generales que acompañaban los actos de la dictadura militar desde marzo de 1976.

En 1995, reapareció en los medios lanzado su candidatura a presidente. Se lo escuchó reivindicar su obra de gobierno y denunciar la decadencia moral del menemismo. Por falta de apoyo, debió retirar la candidatura. Pocos meses después, a mediados de 1996, moría Juan Carlos Onganía. Habían pasado 40 años de aquel golpe militar que según su protagonista se prolongaría por ese lapso de tiempo.

Autor: Felipe Pigna. Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Roque Sáenz Peña: “Quiera el pueblo votar”

El 10 de febrero de 1912, se sancionó en el país la Ley Nº 8.871, conocida como Ley Sáenz Peña, que estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio y el sistema de lista incompleta. A continuación incluimos un fragmento del libro que constituye un breve recorrido de los caminos que condujeron a la sanción de la ley, su implicancia política y social, y las prácticas electorales vigentes en diversos momentos de la historia del país antes de la entrada en vigor de la nueva legislación.

Fuente: Adaptación de Los mitos de la historia argentina III, de Felipe Pigna, Editorial Planeta, 2006.

A partir de 1900 se produce en nuestro país una notable división en los sectores dominantes entre quienes apoyaban al presidente Julio Argentino Roca y su política intransigente de mantener el fraude electoral, y los sectores de la elite más inteligentes, probablemente influidos por cierta vocación democrática. Actuaban sobre todo en defensa propia, a la vista de los hechos ocurridos en el país (revoluciones radicales, atentados anarquistas, crecimiento del movimiento obrero) y en Europa (rebeliones obreras en España, Italia y Rusia), y prestaban atención al proceso político europeo, donde las burguesías estaban aprendiendo a la fuerza que les convenía trocar el absolutismo y el autoritarismo por un régimen democrático de participación ampliada. Una de las mayores preocupaciones de esa elite era quitar la protesta de las calles y en la medida de lo posible volcarla en el parlamento y en el sistema político. Para ello se hacía necesario dar cabida al principal partido opositor, el radicalismo, pero también al moderado Partido Socialista. De esa manera se fracturaría al movimiento obrero y se debilitaría al gran enemigo que la oligarquía en el poder visualizaba como el más peligroso: el anarquismo.

¿Cómo se votaba antes de la Ley Sáenz Peña?

La primera ley electoral argentina fue sancionada en 1821 en la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Martín Rodríguez, por el impulso de su ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia. Esta ley establecía el sufragio universal masculino y voluntario para todos los hombres libres de la provincia y limitaba exclusivamente la posibilidad de ser electo para cualquier cargo a quienes fueran propietarios. A pesar de su amplitud, esta ley tuvo en la práctica un alcance limitado, porque la mayoría de la población de la campaña ni siquiera se enteraba de que se desarrollaban comicios. Así, en las primeras elecciones efectuadas con esta ley, sobre una población de 60.000 personas apenas trescientas emitieron su voto.

La Constitución Nacional de 1853 dejó un importante vacío jurídico en lo referente al sistema electoral, que fue parcialmente cubierto por la ley 140 de 1857. El voto era masculino y cantado, y el país se dividía en 15 distritos electorales en los que cada votante lo hacía por una lista completa, es decir que contenía los candidatos para todos los cargos. La lista más votada obtenía todas las bancas o puestos ejecutivos en disputa y la oposición se quedaba prácticamente sin representación política.

La emisión del voto de viva voz podía provocarle graves inconvenientes al votante: desde la pérdida de su empleo hasta la propia vida, si su voto no coincidía con el del caudillo que dominaba su circuito electoral. Sin dudas, rigió por aquellos años (1857-1912) un fraude que resultaba escandaloso en algunos casos, como lo cuenta Sarmiento en una carta a su amigo Oro, refiriéndose a las elecciones de 1857:

“Nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente han dado este resultado admirable e inesperado. Establecimos en varios puntos depósitos de armas y encarcelamos como unos veinte extranjeros complicados en una supuesta conspiración; algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros; en fin: fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición”.

Los días de elecciones los gobernantes de turno hacían valer las libretas de los muertos, compraban votos, quemaban urnas y falsificaban padrones. Así demostraba la clase dominante su desprecio por la democracia real y su concepción de que ellos eran los únicos con derecho a gobernar un país al que consideraban una propiedad privada, una extensión de sus estancias.

Todas estas prácticas que marginaban a los sectores mayoritarios de la población de la vida política eran la perfecta contraparte del sistema de exclusión económica derivado del modelo agroexportador en el que el poder y la riqueza generados por la mayoría eran apropiados por la minoría gobernante. Puede decirse que todos los gobernantes de lo que la historia oficial llama “presidencias históricas”, es decir, las de Mitre, Sarmiento y Avellaneda; y las subsiguientes hasta 1916, son ilegítimas de origen, porque todos los presidentes de aquel período llegaron al gobierno gracias al más crudo fraude electoral.

En el mundo occidental, tras décadas de luchas de los sectores populares por sus derechos electorales y sociales, hacia fines del siglo XIX las burguesías gobernantes fueron cambiando las prácticas electorales desde el voto restrictivo hacia el voto secreto y universal, prenunciando una era política diferente: la de la democracia de masas. Las burguesías comprendieron que la exclusión del pueblo tenía grandes desventajas, y la ampliación del sistema electoral, si se hacía con los controles del caso, no afectaba el desarrollo y supervivencia del sistema, sino que, por el contrario, lo legitimaba y legalizaba. Además, la participación de amplios sectores de la población en la elección de las autoridades socializaba unas responsabilidades políticas que evidentemente hasta entonces estaban muy limitadas a la clase dirigente, sin la más mínima incidencia de los sectores marginados de las decisiones y el poder. La peor elección era preferible a cualquier revolución.

Hacia 1900 nuevos partidos, como la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista, atraían en nuestro país a los sectores sociales que no estaban representados en las instituciones políticas del Estado, controladas por la clase gobernante conservadora y liberal.

Un sector del grupo gobernante comenzó a considerar que la prosperidad alcanzada podía peligrar de no atenderse los reclamos de la oposición. Se mostraban dispuestos a considerar la introducción de reformas graduales en el sistema electoral con el fin de evitar conflictos sociales.

El primer paso en ese sentido se da con la reforma “uninominal” en el sistema de elección de diputados. Cada ciudadano votaba por un solo candidato y no por una lista. El ministro Joaquín V. González había propuesto el voto secreto, pero el senador por la Capital Federal, Carlos Pellegrini, se opuso en el Congreso Nacional, afirmando que el voto secreto era para los hombres conscientes, no para las masas que votaban según simpatías y no según ideas.

El Partido Socialista de J. B. Justo, que desde su creación en el año 1896 siempre participó de las elecciones, logró gracias a este nuevo sistema que en el año 1904 fuera electo el primer diputado socialista de América, Alfredo Palacios.

Pero el nuevo sistema duró poco. En 1905, con el presidente Manuel Quintana, se volvió a la lista completa, en la que cada elector, en su circunscripción, votaba por todos los candidatos de su distrito. Dos meses después de esto se suprimió el voto de viva voz, que no fue secreto, pero sí escrito. El elector debía entregar a la mesa electoral, en un papel escrito y doblado, los nombres de la totalidad de los candidatos por los que votaba. Obviamente esto limitaba el voto a los alfabetos, una franca minoría por aquel entonces.

Quiera el pueblo votar

El 12 de junio de 1910, el Colegio Electoral consagró la fórmula Roque Sáenz Peña - Victorino de la Plaza. El presidente electo se encontraba en Europa y emprendió enseguida el viaje de regreso a su país. A poco de llegar concertó dos entrevistas claves: una con el presidente Figueroa Alcorta y la otra con el jefe de la oposición, Hipólito Yrigoyen. En la entrevista con el caudillo radical, concertada en la casa del diputado Manuel Paz el 2 de octubre de 1910, Yrigoyen se comprometió a abandonar la vía revolucionaria para tomar el poder, y Sáenz Peña a la sanción de la tan deseada ley electoral. Yrigoyen le pidió al presidente electo que interviniera todas las provincias para evitar los manejos de los gobernadores adictos en las siguientes elecciones. Sáenz Peña se negó a emplear este método y le ofreció a Yrigoyen la participación del radicalismo en el gobierno.

Este es el relato de Yrigoyen sobre el histórico encuentro:

“Ante nuevas insistencias que hiciera asentí a que conversáramos, y al ofrecerme participación en el gobierno sin restricción alguna, a los efectos de que pudiera realizar todos los bienes que me proponía para la Nación, pedíle que apartara de su pensamiento esta suposición al respecto, porque eran insalvables mis determinaciones. Agregándole que lo único que la UCR reclamaba eran comicios honorables garantidos, sobre la base de la reforma electoral. El doctor Sáenz Peña, no había pensado en esa forma de inmediato, sino en la concurrencia de la UCR a la labor de gobierno que iba a presidir; pero planteada la cuestión como indispensable, para que esta fuerza poderosa saliera de la animada abstención y protesta en que estaba colocada, convino en ello. Y dándome cuenta de que deseaba hacer públicos sus ofrecimientos, le insinué que los concretara por escrito si le parecía bien, para llevarlos a las altas direcciones de la Unión Cívica Radical, lo que hizo, condensándolo en la forma siguiente, más o menos: ‘Que deseando demostrar la decisión que lo animaba para dar garantías públicas, le ofrecía a la Unión Cívica Radical participación en los ministerios, e intervención en la reforma electoral que debía llevarse a cabo’. La alta dirección contestó sin discrepancia alguna, rehusando participación en el gobierno, por ser contrario a sus reglas de conducta, y aceptando la intervención que se le ofrecía en la reforma electoral”.

De todas maneras la entrevista fue un éxito, porque Sáenz Peña logró su objetivo: el compromiso de la participación electoral del radicalismo en unas futuras elecciones, con una nueva ley electoral que garantizara la limpieza y libertad de sufragio.

El 12 de octubre asumió el nuevo gobierno, y Sáenz Peña cumplió con su palabra enviando al parlamento el proyecto de Ley de Sufragio, que había elaborado con la estrecha colaboración de su ministro del Interior, Indalecio Gómez. Establecía la confección de un nuevo padrón basado en los listados de enrolamiento militar, y el voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos varones mayores de 18 años.

Estos son algunos de los artículos más importantes de la ley 8.871, conocida como Ley Sáenz Peña:

“Art. 1. Son electores nacionales los ciudadanos nativos y los naturalizados desde los diez y ocho años cumplidos de edad.
Art. 2. Están excluidos los dementes declarados en juicio. Por razón de su estado y condición: los eclesiásticos y regulares, los soldados, cabos y sargentos del ejército permanente, los detenidos por juez competente mientras no recuperen su libertad, los dementes y mendigos, mientras estén recluidos en asilos públicos. Por razón de su indignidad: los reincidentes condenados por delito contra la propiedad, durante cinco años después de la sentencia.
Art. 5. El sufragio es individual, y ninguna autoridad, ni persona, ni corporación, ni partido o agrupación política puede obligar al elector a votar en grupos
Art. 7. Quedan exentos de esta obligación (de votar) los electores mayores de 70 años.
Art. 39. Si la identidad (del elector) no es impugnada, el presidente del comicio entregará al elector un sobre abierto y vacío, firmado en el acto por él de su puño y letra, y lo invitará a pasar a una habitación contigua a encerrar su voto en dicho sobre.
Art. 41. La habitación donde los electores pasan a encerrar su boleta en el sobre no puede tener más que una puerta utilizable, no debe tener ventanas y estará iluminada artificialmente en caso necesario...”

La ley significaba un gran avance, aunque no eran pocos los excluidos por ella. Las mujeres (casi la mitad del padrón), los extranjeros, los habitantes de los territorios nacionales, los habitantes de municipios con pocas personas, que no podían elegir autoridades municipales, y quienes en los municipios en los que se podía elegir sólo podían votar como sus autoridades locales a los propietarios contribuyentes. Por otra parte, en las grandes ciudades, como señala Waldo Ansaldi, los extranjeros, que en algunos casos constituían más de la mitad de la población, servían a la hora de contabilizar a los pobladores para aumentar la cantidad de diputados por su distrito —a más habitantes más diputados—, y a la vez, al estar excluidos del voto, disminuían proporcionalmente la cantidad de votantes necesarios para elegir a aquellos diputados.

El presidente presentó el proyecto con estas palabras:

“He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario, quiera el pueblo votar”.

Poco después ambas Cámaras aprobaban la que empezaría a conocerse como la Ley Sáenz Peña.

El diputado Juan B. Justo señaló claramente cuáles eran las intenciones del sector más “progresista” de la elite con la sanción de la ley electoral:

“…si se asiste a una nueva era política en el país, es precisamente porque han aparecido fuerzas sociales nuevas, materiales, y no porque hayan aparecido virtudes nuevas; es porque hay una nueva clase social, numerosa y pujante, que se impone a la atención de los poderes públicos, y porque es más cómodo hacer una nueva ley de elecciones que reprimir una huelga general cada seis meses”.

El fin del fraude significó un notable avance hacia la democracia en la Argentina y la posibilidad de expresión de las fuerzas políticas opositoras que habían sido marginadas del sistema por los gobiernos conservadores.

En las primeras elecciones libres llevadas adelante en la Argentina, en el mismo año 1912, la bancada socialista creció notablemente y se sucedieron los triunfos radicales en Entre Ríos y Santa Fe. Aumentó notablemente la participación electoral, que para 1914 llegó al 62,85 % del padrón total, mientras que en las últimas elecciones anteriores a la Ley Sáenz Peña apenas había llegado al 5 por ciento.

La salud del presidente comenzó a deteriorarse a comienzos de 1913. Una y otra vez debió solicitar licencia, y en octubre de ese año delegó el mando en Victorino de la Plaza. Falleció en Buenos Aires en la madrugada del 9 de agosto de 1914, mientras en Europa estallaba la Primera Guerra Mundial. La ley por la que había luchado siguió vigente y amplió decididamente la participación política de los nuevos sectores sociales argentinos.

Según los deseos de la oligarquía más lúcida encarnada por Sáenz Peña, integró al sistema al radicalismo y al socialismo, bajando parcialmente la conflictividad política pero no la social, que a tono con la injusticia reinante seguirá expresándose a través de los gremios y de sus armas de lucha habituales: la huelga y la protesta social. Como señala el historiador francés Alain Rouquié:

“Se está lejos del suicidio político de la oligarquía. Soltaba lastre, por cierto, pero solamente a nivel político, para acrecentar su poderío social. Le confiaba al radicalismo la misión de vehiculizar la ideología dominante en los grupos sociales marginales. […] El radicalismo, sin proyecto económico de recambio, sólo se proponía ‘democratizar’ la prosperidad resultante del sistema agroexportador. No amenazaba pues a los detentadores del poder económico —salvo en algunos aspectos secundarios—, ni al equilibrio social que muy por el contrario reforzaba”.

En definitiva, con la Ley Sáenz Peña la oligarquía en el poder había dado un paso hacia su consolidación y legitimación. Nadie podía seguir argumentando que aquel régimen político, base de sustentación del poder real, era fraudulento y carente de legalidad: a partir de ese momento las responsabilidades de la administración y sostenimiento del sistema serían compartidas, aunque, claro, y esto está fuera de discusión, el poder real seguiría en las mismas manos de siempre.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar