lunes, 28 de febrero de 2011

Alberdi y Sarmiento. Dos proyectos de Nación

En el presente trabajo, se realizará una comparación de las ideas más relevantes de Alberdi y Sarmiento en el plano social y político. Para ello, se comenzará con una mención y análisis de los sucesos anteriores a la aparición de estos pensadores en el escenario político e intelectual. Luego, se expondrán las principales propuestas de esos autores y se indicarán los puntos de coincidencia y discordancia. En la tercera parte, se realizará una consideración general de las ideas y las razones de su aplicación o frustración.

Primera Parte – Aproximación histórica y metodológica al origen de los modelos

Según Natalio Botana, si bien la revolución de 1810 supuso una ruptura con el régimen colonial, más tarde se transformaría en un gigantesco desgarro, un vacío o épica carente de rumbo. Como bien indican algunos autores y protagonistas de la época, especialmente aquellos de influencia romántica, la nueva nación estaba aún por gestarse, era una tarea a realizar, a ser conformada a través de la historia.

Ahora bien, quienes protagonizaron la revolución de 1810 -Moreno, Castelli, Monteagudo, entre otros- tenían otras influencias, que generalmente se asocian a la Ilustración y al modelo de la Revolución Francesa; es decir, sintéticamente, en el optimismo en la razón, justicia y libertad universales el progreso, la ciencia, ideas expresadas por pensadores como Voltaire o Rousseau. No obstante, es válido indicar que se les fueron asignando otras identificaciones a los revolucionarios. Así, Noemí Goldman explica que otros autores llegaron a proponer diferentes orígenes intelectuales de la Revolución de Mayo, como por ejemplo José Carlos Chiaramonte, quien introdujo la "Ilustración Católica", basada en la relación de la cultura eclesiástica y la ilustrada, lo cual cambiaba de algún modo la finalidad revolucionaria. Igualmente, más allá de la presencia de influencia francesa y de la Ilustración -la cual es en cierto punto innegable-, Goldman también cita las conclusiones de un trabajo de Pilar González, en las cuales se hacen notorias algunas diferencias con el caso francés: "mientras la sociabilidad revolucionaria francesa sirve como espacio de reivindicaciones sociales y como estructura para una representación nacional, la sociabilidad rioplatense [...] por su carácter municipal así como su concepción elitista de la soberanía popular, condujo al fracaso de la primera tentativa de instauración democrática en el Río de la Plata". Además, Goldman señala que si bien los revolucionarios rioplatenses pudieron 'apropiarse' de las ideas y fundamentos de la Revolución Francesa, se encontraban ausentes "las condiciones y características específicas del proceso revolucionario del país galo". Esto resulta relevante, porque es precisamente el defecto esencial que, como detallaré más adelante, Alberdi y Sarmiento detectaron en el pensamiento y gestión de los revolucionarios y, especialmente, de Rivadavia y otros unitarios ilustrados.

Pese al esfuerzo intelectual y material de varios protagonistas de las primeras décadas post-revolución, en esa etapa no se pudo ver consagrado ningún proyecto duradero de gobierno nacional. Esto lleva, naturalmente, a preguntarse cuáles fueron las razones que impidieron la organización política. Si bien no es mi intención avocarme profundizar acerca de los proyectos de ese período (1810- 1829), podrían enunciarse los siguientes motivos, que serían más tarde la base del pensamiento alberdiano y sarmientino: inestabilidad política internacional (regional y también en los principales países europeos), carencia de bases económicas (en lo que hace a capacidad productiva y financiera) y una sociedad local dividida notoriamente según sus orígenes, recursos o ideales. En suma, las condiciones parecían más que adversas para iniciar la gesta de la nación. No obstante, no hay que olvidar que gracias a la emancipación (1816) ya estaba dado el primer gran paso. La cuestión era definir qué hacer a partir de aquel. Lamentablemente, Botana explica que esos primeros pasos tras la revolución y la independencia estuvieron protagonizados por un sector principalmente aristocrático que intentó asentar un orden que resultó utópico, en tanto ignoraba el contexto y condiciones en el cual se tenía que desarrollar.

Por su parte, Sarmiento también se encargó de darle una explicación a los eventos que sucedieron a la revolución a partir de un análisis más amplio que ya demostraba su distancia respecto de otros intelectuales y políticos de la primera mitad del siglo XIX. En el célebre capítulo IV del Facundo, el autor sanjuanino describía el proceso revolucionario como aquel en que luchan dos intereses opuestos. Asimismo, agrega que, en algunos casos, puede suceder que el partido vencido vuelva a reorganizarse y vencer, como sucedería efectivamente más tarde. En el caso argentino, aquel proceso despertó una tercera entidad, el elemento caudillesco bárbaro, que logró doblegar a las ciudades 'civilizadas'. Entonces, "las ciudades triunfan de los españoles, y las campañas, de las ciudades". La barbarie del interior penetró en las ciudades, continuando la etapa de indefinición socio-política en que se hallaba inmerso el proyecto de nación. Mucho tiempo después, Oscar Terán precisa que aquel proceso de militarización y ruralización de la vida política que se dieron a partir de 1810 produjeron una 'dialéctica involuntaria', sin el elemento superador11 de las dos fuerzas: la barbarie contaminó la civilización y surgió la racionalidad como rasgo particular en la personalidad de Juan Manuel de Rosas, híbrido de barbarie y civilización.

Como surge del párrafo anterior, había nacido un régimen diferente. Sarmiento se refiere a la transición del siguiente modo: "[...] y lo que en él, era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular [...] Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda inteligencia de un Maquiavelo". He aquí la racionalidad a la que hace mención Terán como rasgo distintivo del nuevo orden.

Durante la década del 30 del siglo XIX, ya constituido el régimen rosista, apareció otro elemento determinante para el proceso histórico argentina: la nueva generación. No sólo los jóvenes del Salón Literario, sino también otros como Sarmiento, surgen como el nuevo grupo destinado a guiar la conformación y desarrollo del país. Si bien varios integrantes de esta nueva generación provenían de familias federales y hasta intentaron acercarse al gobierno de Rosas, fueron 'rápidamente' ignorados o desatendidos, lo cual derivó después en su distanciamiento y exilio de muchos de ellos. No obstante, ello no les impidió formar las críticas más duras hacia el régimen rosista, ni escribir algunas de las obras literarias más trascendentes de la historia del país. Además, luego de la caída de Rosas, varios de ellos serían llamados o aspirarían a participar nuevamente de modo activo en la política argentina.

En cuanto a las ideas o nociones básicas que caracterizaban a este grupo, en el primer párrafo de esta parte se adelantó que la influencia provenía del romanticismo, de lo cual nació un contraste con la ilustración. En ese sentido, sirve citar las palabras de Terán, quien revela la distinción más relevante entre las dos corrientes: "el romanticismo valorará lo auténtico, lo propio, lo idiosincrático, es decir, lo original y distintivo de cada nación, en contraposición al cosmopolitismo ilustrado [...] Proveerá a cada cultura de un pasado épico, prestigioso [...] pondrá el acento en los usos y costumbres de cada nación, ante los cuales deben rendirse las importaciones de otras zonas culturales, propugnando en consonancia que las leyes deben adecuarse a esas particularidades". Igualmente, tanto Botana como Terán aclaran que la búsqueda y propuesta de Estado nacional de Alberdi y Sarmiento conservan ciertos fines de la ilustración que son complementados con medios del romanticismo.

Antes de comenzar con la exposición y comparación de los modelos de Alberdi y Sarmiento, resta plantear dos cuestiones. En primer lugar, sin adelantar en detalle las propuestas de los principales exponentes de la nueva generación, es preciso hacer referencia a una de las inquietudes de estos pensadores: ¿cómo construir el nuevo poder, el nuevo régimen a partir del cual se puede llevar a cabo un proceso más ambicioso de nación? Halperín Donghi explica en uno de sus trabajos que estaban equivocados quienes creían recibir, tras la caída de Rosas, un Estado central al que había que institucionalizar, sino que antes había que construir o al menos sentar los cimientos del Estado, etapa que, según él, se cerraría recién en 1880. En otras palabras, podría decirse que se había avanzado muy poco desde 1810 hasta 1852 en cuestiones organizativas, y que la implementación de grandes proyectos era aún una deuda pendiente.

Segunda cuestión: ¿qué papel van a adoptar los integrantes de la nueva generación? Según Halperín Donghi la nueva generación fue cambiando de postura. En un principio, allá por 1837, se veía como única guía política; más tarde, en 1850 se veía en cambio como uno de los dos interlocutores junto a la elite económico-social, por dos razones: 1) esta última élite se encontraba consolidada tras el rosismo (el autor precisa que Sarmiento no estaba tan convencido de la participación de esta élite, aunque que en algún punto cede, por ejemplo con la esperanza que deposita en Urquiza al escribir Argirópolis); 2) el efecto de las convulsiones europeas a partir de 1848. Terán postula esta relación entre la clase intelectual y el brazo político de un modo más metafórico, estableciendo que ambos interlocutores coincidían entonces en un movimiento que unía la espada con la inteligencia. En la próxima parte del trabajo analizaré qué sucedió con el último elemento, mientras que en la última intentaré explicar cómo la espada puede olvidar la inteligencia.

Segunda Parte – Los proyectos de Alberdi y Sarmiento

El modelo a seguir

Tras el regreso de los viajes que lo llevaron a conocer Europa y Estados Unidos, Sarmiento dejó bien claro en varias de sus obras que el modelo a imitar ya no era el europeo, sino que se debía buscar la clave del progreso en el proyecto norteamericano. Entre esas obras en las que hizo apología del modelo de EE.UU., se encuentra Argirópolis, en la que hace varias veces referencia a aquel país como "la maravilla de la comunicación" con el comercio mundial y con los estados centrales por la navegación de los ríos y los caminos, o bien como el país más poderoso y que asegura libertad, independencia y riqueza. Botana imputa esta predilección sarmientina por la consagración de la libertad e igualdad (mejor dicho de la educación, el municipio y la tierra) y la formación de un mercado nacional integrado, cuestión que vio postergada en Europa. Halperín Donghi agrega que la preferencia se debía no sólo la libertad e igualdad que propugnaban los norteamericanos, sino a la conciliación que habían logrado de aquellos valores con la formación de una nueva sociedad y el desarrollo de mercado nacional.

Por su parte, se podría decir que Alberdi no 'abrazó' tanto el modelo norteamericano (aunque hizo referencias positivas), sino que seguía de algún modo atado al europeo, del cual se debía emular su 'espíritu' y 'acción civilizante'. Halperín Donghi dice que el tucumano aún encontraba en la experiencia europea posterior a 1848 algunos elementos aplicables, como el autoritarismo que surgió para aplacar la crisis. Otro autor, Juan Fernando Segovia, considera que Alberdi estimaba más de lo que se creía al modelo norteamericano. No obstante, agrega que aquel sabía que el caso argentino era absolutamente distinto, casi inverso; por eso se debía poner el esqueleto institucional (norteamericano) en primer lugar, acompañarlo con elemento europeos, para finalmente alcanzar un resultado similar al progreso estadounidense.

Forma de gobierno. Relaciones con otros grupos de poder

En las Bases, Alberdi propuso adoptar un federalismo atenuado, mixto, partiendo de la base que los unitarios presentaron un principio impracticable que chocaba con la realidad argentina. Entendía que era necesario un gobierno autoritario, mas no arbitrario; un gobierno general (dividido en tres poderes: ejecutivo, legislativo-formado por dos cámaras- y judicial) que se concilie con las soberanías locales, pero que no les dé tanto margen. Sólo el poder ejecutivo nacional se presentaba capaz, para el tucumano, de llevar adelante algunas de las medidas necesarias para el progreso. Sin ánimo de adelantarme en la comparación, es necesario indicar que tanto el autor de las Bases como Sarmiento apreciaban la necesidad de institucionalizar un gobierno a través una serie de reglas proclamadas por un Congreso general constituyente; más precisamente, se refería a consagración de una constitución como medio que reconozca y garantice las necesidades de la nación a construir.

La postura de Sarmiento en cuanto a la forma de gobierno varía: primero, en el Facundo, dio una explicación casi geográfica de la naturaleza unitaria del gobierno nacional. Luego, en Argirópolis obvia la discusión y propone directamente una forma federal: el objetivo era la convocatoria del Congreso y la concreción de puntos establecidos en el art. 5 del pacto de 1831, que parecía olvidado por el 'provisorio' gobierno de Buenos Aires y por otros gobiernos provinciales. El proyecto esbozado en esa obra no sólo se remitía a una confederación de provincias, sino que abría posibilidad de incorporar a Uruguay y Paraguay, por congreso a realizarse en la isla Martín García (isla pequeña y ocupada en ese entonces por los franceses); quedando así garantizados los intereses por la ubicación de la isla (utopía que le va a significar algunas crítcas más tarde).

Botana considera que la propuesta de Alberdi era un medio para posibilitar la transición entre un gobierno tradicional (representando las viejas facciones) y otro progresista, un pacto provisorio que enfrentaría su extinción por la concreción de la libertad moderna. En cambio, Sarmiento recomendaba otra forma de autonomías provinciales; lo primordial para el sanjuanino era generar la calidad ciudadana a partir de los ámbitos regionales (v.gr., por la adopción y formación de municipios), para evitar que la centralización, que mantenía como correlato a las oligarquías provinciales, se imponga sobre muchedumbres aisladas, no representadas por esas oligarquías. No obstante, Milcíades Peña señala que lamentablemente Sarmiento (aunque luego, según él el autor, advirtió su error) tuvo que apoyarse en algún momento en esos poderes provinciales que no compartían su misma conciencia de progreso nacional.

Medios de progreso: inmigración y medios materiales

Si bien a priori se podría interpretar cierta coincidencia entre algunos de los medios propuestos, más adelante se verá que en realidad esos medios implican cambios de distinto alcance según como se los aplique y complemente.

Sarmiento ya había determinado en 1845 el mal que aquejaba a la Argentina: el desierto, causa y origen de un régimen que postergaba al progreso del país (en realidad, de las provincias que no eran Buenos Aires). Sin embargo, esa extensión sin límites presentaba ciertos elementos que debían ser aprovechados antes que desdeñados. Para el autor del Facundo, era una inmensidad con muchísimas vías navegables y condiciones más que propicias para el progreso. La cuestión versaba entonces sobre cómo cambiar ese elemento e invertir las condiciones para redistribuir las ventajas comerciales. En 1850, en Argirópolis, tomó como referencia al art. 5 del pacto 1831 para plantear las modificaciones necesarias y legítimas: 1) libre navegación de los ríos; 2) arreglar el comercio interior y exterior; 3) cobro y distribución de rentas generales; 4) ferrocarriles; 5) sustitución de la ganadería por la agricultura; 6) inmigración. Sarmiento hacía hincapié en que Buenos Aires debía entender que del libre intercambio entre una ciudad y otros mercados depende la prosperidad, y no del comercio entre una ciudad rica y ciudades pobres. En otras palabras, la prosperidad no estaba en el monopolio del comercio de Buenos Aires o Montevideo, sino en creación de nuevos mercados que aumenten la riqueza del interior y del país en general, como sucedía en la costa este de EE.UU. Y, por otro lado, repite varias veces que no era posible esperar el crecimiento y desarrollo sólo de la población natural; la inmigración debía ayudar a centuplicar fuerzas. Para él, la población argentina (o la de la Confederación) necesitaba mezclarse con la población más adelantada en hábitos y educación, que iba a proporcionar un medio de riqueza -material y de conocimientos, de ciencia e industria- al país; y para ello era preciso garantizar la situación de los extranjeros, facilitarles el bienestar.

Hasta este punto podríamos fijar cierta similitud con las ideas de Alberdi, quien también instaba a promover la inmigración (que debía ser espontánea), libertad de comercio, libre navegación y 'caminos de fierro', trayendo 'pedazos vivos' de culturas desarrolladas en esos aspectos; a su vez, tratados extranjeros (para dar garantías a los inmigrantes), tolerancia religiosa y la negociación de empréstitos, entre otras medidas. También vale la pena destacar el análisis que realiza en los primeros capítulos de las Bases sobre otras constituciones y los efectos que tenían en la organización de la nación, especialmente negativo en aquellas de dificultaban la integración del extranjero en la sociedad. Si bien Alberdi buscaba dar un sustento principalmente material a su plan de progreso, le era inevitable referirse a la necesidad de adoptar un marco institucional acorde a las necesidades de su proyecto. A pesar de todas esas ideas, usualmente se resume buena parte de su pensamiento mediante la conocida frase 'gobernar es poblar', la cual implica basarse en la población como fin y medio al mismo tiempo, en tanto educa, transmite prácticas y fomenta el progreso. En cuanto a la inmigración y la acción civilizadora que ésta debía impartir no cabe marcar distinciones. La diferencia va a surgir luego en cómo se iba a desarrollar ese cambio y en la necesidad de añadirle otros elementos. Por otra parte, sí puede señalarse una diferencia en cuanto a una cualidad de la inmigración, que si bien no es determinante, vale la pena hacer referencia. Más allá de que ambos veían la necesidad de traer nuevos pobladores laboriosos y respetarles sus diferencias respecto de la población autóctona, fue Alberdi quien hizo énfasis en que esos inmigrantes fuese preferentemente anglosajones y que se les respetase la libertad de culto. El agente de desarrollo en modelos capitalistas que advirtió el tucumano en los anglosajones, mayoritariamente protestantes, sería más tarde la base del excelente trabajo de Max Weber. Este último autor analizó la relación entre el protestantismo y capitalismo, determinando que la valoración ética del trabajo como medio ascético y como comprobación de la fe constituyó una poderosa palanca de expansión del 'espíritu del capitalismo'.

Educación y libertades. La república del interés y la república de la virtud

Tanto Alberdi como Sarmiento entendían que la llegada de inmigrantes y la aplicación de ciertos materiales eran necesarios para el progreso. Lo que va a distanciar las concepciones de estos pensadores es la necesidad de considerar o no otros factores necesarios para desarrollo del país; de aquello, lógicamente van a surgir proyectos con distinto alcance.

En primer lugar, me referiré a Alberdi, quien consideraba que la inmigración y adopción de otras medidas iban a traducirse en un contagio de hábitos y prácticas en buena parte del territorio de la nación gracias a nuevos modos de transporte. Ahora bien, esta mención a los hábitos y prácticas no es baladí, en tanto en ello se sienta la principal diferencia con las ideas sarmientinas. Según Alberdi, lo primordial era la educación por las cosas que iba a provocar la inmigración; no se necesitaba instrucción formal, la cual era un medio impotente, sino fomentar nuevas prácticas que luchen contra la ociosidad de las ciudades del antiguo régimen, fomentar una cultura con otras capacidades. La instrucción primaria no debía negarse, pero no alcanzaba; y la superior, era inadecuada a las necesidades de ese momento. Se necesitaban prácticas, no ideas. Esto es básicamente lo que varios autores llaman la teoría del transplante alberdiana.

El transplante que vislumbró Alberdi debía dar paso a una reconfiguración gradualista de la sociedad en el marco de una república posible impregnada de cierto tinte conservador. En la república posible de Alberdi bastaba la educación por las cosas para participar en el progreso; por otro lado, un exceso de instrucción formal podía llegar a atentar contra la disciplina en los pobres, persuadiéndolos de que tenían derecho a participar del goce de esos bienes. De este modo, se conformaría una nueva sociedad por un proceso simple y economista, guiado por lo que Botana llama 'el egoísmo bien entendido y el gobierno de sí mismo'. Este es el camino que Alberdi postulaba para seguir por la república del interés, distinta de la república de la virtud en la cual se requiere otro tipo de educación y actividad estatal.

En la república posible de Alberdi, se deberían ir gestando condiciones para dar lugar a la república verdadera. Pero es importante señalar que durante dicho proceso los inmigrantes y las viejos habitantes que lo transiten verían resguardadas todas sus libertades civiles -como lo señala varias veces en las Bases - que se conjuguen con los fines económicos, mas no las políticas, para las cuales aún hay que preparar a las masas-. Milcíades Peña opina que Alberdi no confiaba en las masas populares como agentes autónomos del desarrollo nacional.

Sarmiento explicó en Argirópolis que la grandeza y la civilización de los EE.UU. se afianzó no sólo en la libertad, sino también en la igualdad. A diferencia de Alberdi, quien proponía una base de educación por las cosas y libertades civiles, entendía que era imperante que los habitantes reciban educación pública y tengan ámbitos de ejercicio de libertades políticas como medios de organización de mercado nacional; el sanjuanino pretendía crear una república de ciudadanos, la república de la virtud, que se ajuste a una determinada forma de progreso económico. Así, mientras Alberdi no quería (o temía) ampliar la instrucción formal y tampoco generar aspiraciones en algunos sectores, Sarmiento buscó una alternativa: educar para contener la concreción de aspiraciones de un modo racional, ordenado. Lo cual, tanto para Botana como para Halperín Donghi, implica otro contaste con las ideas alberdianas: la integración política y el cambio social no son para Sarmiento el punto de llegada sino una condición previa de la formación de la república.

El transplante debía implicar desde el principio un cambio de costumbres y un proceso formativo. Para Sarmiento, no había república posible ni verdadera si el individuo no sabía leer y escribir y tampoco si no salía de su aislamiento y no ejercía sus libertades en ámbitos públicos (idea que él veía realizable por los municipios, como forma de integración paulatina de individuos al gobierno representativo). Es más: la mera integración civil era peligrosa porque podía escindir al Estado de la sociedad; del egoísmo 'individual' planteado por Alberdi podría surgir el egoísmo 'colectivo'. Si los individuos no son educados ni integrados a la sociedad, se correría el riesgo de formar una masa otra vez disponible -e indefensa- para el despotismo.

Reforma agraria

Para terminar de reflejar el pensamiento de Sarmiento, se debe destacar la importancia que le otorgó a la reforma agraria, la cual se basaba en dos cuestiones:

1) Cambiar la aplicación de la tierra. El autor de Argirópolis propuso y justificó la sustitución de la ganadería por el cultivo. Explicó que mientras la ganadería otorgaba un producto fijo, la tierra cultivada aumentaba en proporción al trabajo.

2) Distribución de la tierra y reducción del latifundio. Sarmiento se propuso lograr lo que alguna vez había intentado Rivadavia mediante la ley de enfiteusis con resultado adverso, pensando también en copiar el sistema de colonización de los EE.UU. Además, la distribución de la tierra ayudaría a conformar una comunidad, que apoyada en la propiedad de la tierra, se complemente con la educación formal y cívica. Milcíades Peña hace varias veces referencia en su obra a la postura de Sarmiento contra el latifundio (al cual Peña considera "la columna vertebral de la oligarquía terrateniente"), aclarando que más adelante le traería problemas.

Tercera Parte - Reflexiones y conclusiones

El análisis de los proyectos de estos grandes pensadores puede dividirse en dos planos. El primero abarcaría los aspectos generales, como por ejemplo los elementos básicos para el progreso inmediato; v.gr., mejoras en los transportes, libertad de navegación, de comercio, etc. Más arriba mencioné que podía observarse un alto nivel de coincidencia en esos puntos, lo cual es en realidad consecuencia de una similitud aún más general: su método. En ese sentido comparto con Terán que tanto Alberdi y Sarmiento eran una suerte de híbrido (o mejor, una síntesis) de la tradición ilustrada y la romántica. A partir de la lectura de sus obras se advierte una marcada preocupación por la base empírica de sus estudios (en el caso que nos interesa esa base eran los medios para transformar el ‘desierto’) complementada por una concepción positiva del desarrollo histórico que tendría la nación. El progreso era posible, pero se requerían otros medios. Afortunadamente, aquella base epistemológica era acertada. A pesar de ello, sus ideas eran distintas en varios aspectos.

Un segundo plano de análisis podría ocuparse del alcance de cada una de las propuestas. Como se puede ver en los últimos puntos de la parte anterior, el proyecto sarmientino era bastante más ambicioso, en tanto buscaba darle un contenido más sustancial a ese marco inicial del cual ambos partían. Mientras que Alberdi mantuvo su preocupación en el esquema institucional, Sarmiento intentó llevar ese marco a un nivel más trascendente. Según lo expuesto en la parte segunda del presente trabajo, el tucumano proponía una legitimidad de contorno en la cual se sujetaban las libertades políticas hasta tanto los medios del progreso (inmigración, educación por las cosas, libre navegación, etc.) generasen las bases necesarias para pasar a la república verdadera; no obstante, a esta legitimidad de contorno, Sarmiento le sumaba la legitimidad de contenido, conformando una propuesta más abarcativa.

Entiendo, tal como dicen varios autores, que las ideas de Sarmiento suponían un cambio social, político y económico más complejo. Quizás es por esto que varias de ellas no se vieron consagradas, pese a que logró ocupar cuanto cargo existió. En contraposición, Terán opina que el programa de Alberdi, quien tuvo mucha menos participación directa los gobiernos, es el que pareció imponerse a partir de 1880. Sin embargo, si bien ese proyecto habría tenido más aplicación supongo que no llevó al país a un nivel de progreso como el que imaginó Alberdi, y mucho menos Sarmiento, de lo cual se pueden hacer distintas interpretaciones.

Por un lado, Rodolfo Puiggrós considera que si Argentina no logró un desarrollo que le permita no depender de otros países y otras economías, es porque Alberdi y Sarmiento estaban acomplejados por lo alejado que se encontraba el país del progresismo de la revolución técnica anglosajona, y ello no les permitía proyectar una concepción superadora de ese tipo de desarrollo.

Por mi parte, coincido en mayor medida con la opinión de Milcíades Peña, para quien el progreso de la nación no encontraba su defecto en los proyectos de Alberdi y Sarmiento, sino que el problema residía en la carencia una clase dirigente capaz de llevarlos adelante. Ese es el déficit que se puede detectar a lo largo casi toda historia de la construcción de la nación, y que, lamentablemente, parece aún continuar.

Sin embargo, ni Alberdi ni Sarmiento lograron escapar de los problemas de la clase dirigente en su época, lo cual puede apreciarse en la lectura de sus controvertidas misivas de la etapa post-rosista. La 'Polémica' está básicamente conformada por las Quillotanas, Las ciento y una y una carta posterior de Alberdi. Todo este conjunto de cartas es una sucesión muy extensa de acusaciones y reconvenciones que versan, por lo general, sobre asuntos personales, y de las cuales no es sencillo por momentos apreciar las ideas que trascienden los meros intereses individuales. Ello puede ser relacionado en algún punto con una de las características del romanticismo: la exaltación del yo; que si bien sería un rasgo del movimiento en cuanto al objeto de estudio, también parece afectar a estos pensadores, ya que aunque ambos lo nieguen o no lo hagan explícito, tanto el tucumano como el sanjuanino tenían fuertes intereses en trascender en el aspecto personal.

Anteriormente, se hizo referencia a las relaciones de la élite político-económica de la nueva generación. Mientras Alberdi asumió la causa de Urquiza y viejos federales, Sarmiento optó por sectores influyentes de la Provincia de Buenos Aires, quienes en septiembre de 1852 habían decidido no acompañar a la Confederación. Esa fue una de las causas del surgimiento de la 'Polémica', en la cual ambos se acusan de formar parte del grupo que posterga la organización nacional. Para Milcíades Peña es evidente en ese momento ninguna de las fuerzas eran capaces de sustentar el programa que necesitaba y que, salvando sus diferencias, proponían Alberdi y Sarmiento; ambos apostaron por la que creían que le iba a dar más peso en la vida política. Y, en la opinión de Peña, ambos perdieron: el tucumano terminó en el ostracismo y al sanjuanino le significó entrar en el período más reprochable de su vida intelectual y política y que le significó casi todas las críticas posteriores.

Independientemente de las alianzas que supieron forjar con ciertas esferas de poder, opino que es imposible negar el móvil personal -la avidez ser ellos y no otros quienes guíen al país- que los incitaba a tomar o no partido por determinados grupos o partidos. Por ejemplo, Sarmiento no pudo soslayar en sus cartas la contradicción que le provocaba criticar a Urquiza -de quien tenía gran estima en Argirópolis-, lo cual le imposibilita en cierto modo fundamentar de modo objetivo su oposición al caudillo entrerriano, quien sólo le dio lugar al sanjuanino como boletinero de su ejército. De haber sido adoptado como autor intelectual y militar de ese movimiento, probablemente no lo hubiese criticado como lo hizo. De todos modos, sirve citar a Max Weber, quien, en otra de sus obras, apunta los dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. El político, en su opinión, debe tomar distancia de los hombres, ser mesurado y evitar que la vanidad lo absorba y que la causa se convierta en pura embriaguez personal. En alguna de estos caracteres negativos parecen haber incurrido los mencionados protagonistas argentinos. Por ello, quizás todo hubiese resultado de otra manera si Alberdi, Sarmiento, Urquiza y los demás actores políticos hubiesen puesto en todo momento los intereses del país sobre los personales. O al menos podría haberse dado una 'polémica' más valiosa en cuanto a la objetividad de los básicamente conformada por las Quillotanas, Las ciento y una y una carta posterior de Alberdi. Todo este conjunto de cartas es una sucesión muy extensa de acusaciones y reconvenciones que versan, por lo general, sobre asuntos personales, y de las cuales no es sencillo por momentos apreciar las ideas que trascienden los meros intereses individuales. Ello puede ser relacionado en algún punto con una de las características del romanticismo: la exaltación del yo; que si bien sería un rasgo del movimiento en cuanto al objeto de estudio, también parece afectar a estos pensadores, ya que aunque ambos lo nieguen o no lo hagan explícito, tanto el tucumano como el sanjuanino tenían fuertes intereses en trascender en el aspecto personal.

Anteriormente, se hizo referencia a las relaciones de la élite político-económica de la nueva generación. Mientras Alberdi asumió la causa de Urquiza y viejos federales, Sarmiento optó por sectores influyentes de la Provincia de Buenos Aires, quienes en septiembre de 1852 habían decidido no acompañar a la Confederación. Esa fue una de las causas del surgimiento de la 'Polémica', en la cual ambos se acusan de formar parte del grupo que posterga la organización nacional. Para Milcíades Peña es evidente en ese momento ninguna de las fuerzas eran capaces de sustentar el programa que necesitaba y que, salvando sus diferencias, proponían Alberdi y Sarmiento; ambos apostaron por la que creían que le iba a dar más peso en la vida política. Y, en la opinión de Peña, ambos perdieron: el tucumano terminó en el ostracismo y al sanjuanino le significó entrar en el período más reprochable de su vida intelectual y política y que le significó casi todas las críticas posteriores.

Independientemente de las alianzas que supieron forjar con ciertas esferas de poder, opino que es imposible negar el móvil personal -la avidez ser ellos y no otros quienes guíen al país- que los incitaba a tomar o no partido por determinados grupos o partidos. Por ejemplo, Sarmiento no pudo soslayar en sus cartas la contradicción que le provocaba criticar a Urquiza -de quien tenía gran estima en Argirópolis-, lo cual le imposibilita en cierto modo fundamentar de modo objetivo su oposición al caudillo entrerriano, quien sólo le dio lugar al sanjuanino como boletinero de su ejército. De haber sido adoptado como autor intelectual y militar de ese movimiento, probablemente no lo hubiese criticado como lo hizo. De todos modos, sirve citar a Max Weber, quien, en otra de sus obras, apunta los dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. El político, en su opinión, debe tomar distancia de los hombres, ser mesurado y evitar que la vanidad lo absorba y que la causa se convierta en pura embriaguez personal. En alguna de estos caracteres negativos parecen haber incurrido los mencionados protagonistas argentinos. Por ello, quizás todo hubiese resultado de otra manera si Alberdi, Sarmiento, Urquiza y los demás actores políticos hubiesen puesto en todo momento los intereses del país sobre los personales. O al menos podría haberse dado una 'polémica' más valiosa en cuanto a la objetividad de los argumentos esgrimidos; un debate que, más allá de la capacidad personal, pudo haber ayudado a la organización nacional sin tantos enfrentamientos.

Sin dudas, en lo concerniente a la educación es donde surge la discusión más valiosa e importante de las cartas entre estos dos pensadores, ya que en este punto se reflejan las diferencias básicas de sus pensamientos. Habiendo explicado detalladamente la cuestión en la segunda parte del trabajo, me limitaré a reproducir los argumentos que se dan en la 'Polémica'.

En la tercera carta de las Quillotanas, al estudiar los escritos de Sarmiento, Alberdi remarcó que aquellos ajenos a la política, los que versan sobre la instrucción, eran los más serios. Sin embargo, estos escritos no hacían hombres políticos. Tras sentar esa distinción, agregó y reprodujo su concepción de educación por las cosas: el país necesitaba "[...] más medios de emplear el tiempo sobrante que métodos para abreviarlo sin necesidad. Mucho podrá deber el alfabeto, pero más falta le hacen hoy la barreta y el arado". Por su parte, Sarmiento calificó en la quinta carta de Las Ciento y una aquellos dichos como una condena a la barbarie. Aunque no hacía hombres de estado en estos países (aunque sí en otros), hacía hombres de bien. Luego, se preguntó (de modo retórico) si verdaderamente esa era la palanca de progreso de las Bases. Le advirtió a Alberdi que para hachar y usar la barreta de modo eficaz (lo que se traduce en mayor salario) era necesario leer. Además, mencionó que sólo en EE.UU. (de donde toma su modelo, ver segunda parte) se han perfeccionado los métodos más sofisticados porque allí hasta los peones saben leer. Sarmiento tomó partido por la educación popular, santuario y refugio contra la inundación de la barbarie. Es así que brota la inversión: contra Alberdi, Sarmiento pensaba que el progreso era consecuencia necesaria de la instrucción. Como se explicó previamente, el cambio social que proponía debía ser el punto de partida para favorecer un progreso basado en la formación de un mercado nacional, al cual debían concurrir los individuos alfabetizados, instruidos e integrados. En cambio, en la concepción desarrollista de Alberdi, la educación por las cosas actuaría de forma gradual, coincidiendo con las necesidades y objetivos de la república posible que luego daría lugar a la verdadera. Por ello, Juan Fernando Segovia opina que la teoría del transplante (o teoría agronómica del progreso, como la llama él) pecaba de un absurdo mecanicismo, a lo cual se sumaba una extrema confianza en el diseño institucional como garantía del progreso económico.

Considero que lo más relevante de este trabajo es intentar de reflejar los puntos de coincidencia y discordancia entre estos dos grandes pensadores respecto de sus propuestas de conformación del Estado nacional. Ante esas propuestas, algunos argumentos de la 'Polémica' resultan en cierto en modo intrascendentes, y por ello no los he citado. Lo importante son las ideas y las formas de llevarlas a cabo, no los insultos ni las acusaciones. No obstante, tampoco se puede negar que varios de los argumentos de las Quillotanas y Las ciento y una ayudan a contextualizar esas ideas, ya que las mismas no se desentienden absolutamente de los estilos y características de sus autores. Pero lo cierto es que si bien Alberdi y Sarmiento presentan proyectos serios para el país, parecería por momentos que quedaron atrapados, en la 'Polémica', en una discusión un tanto superflua sobre cargos, responsabilidades y títulos. Por momentos, se olvidaron avocarse al 'cómo' y pusieron toda energía su el 'quién'. Tras la figura de Urquiza o contra aquella, uno y otro se escudaron para justificar quién tenía más méritos o quién merecía más reconocimiento.

Como bien dice Sarmiento en el Facundo, las ideas no se matan (On ne tue point les idées). Ahora bien, tampoco se las debería postergar por cuestiones personales. Justamente, por esa razón he traído a colación la 'Polémica', para relativizarla y demostrar que la conformación de la nación se debía (y se debe) desarrollar en torno a ideas y propuestas positivas, no a intereses personales. Al mismo tiempo, es interesante reflejar (y no olvidar) cómo las injerencias políticas pueden llegar a desvirtuar las construcciones más elevadas, postergando el interés general. Por ello, me gustaría concluir el trabajo con estas palabras de Ariel Álvarez Gardiol:

"Fueron [Alberdi y Sarmiento], en suma, dos artífices de nuestra organización nacional. Lamentablemente, así se han entrelazado los sucesos en nuestra incipiente República y pareciera que hoy seguimos los pasos de este gen rebelde de la controversia. Los hombres públicos están como condicionados a la destrucción de sus adversarios. No hemos aprendido de nuestro errores y de los enfrentamientos que se dan a veces entre las mismas facciones, persiguiendo a veces nobles ideales pero también desde la mediocridad del caudillismo".

Leandro E. Ferreyra.

Domingo Faustino Sarmiento (1811 - 1888)

El 15 de febrero de 1811, nació en el Carrascal uno de los barrios más pobres de la ciudad de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento. Los primeros "maestros" de Domingo fueron su padre José Clemente Sarmiento y su tío José Eufrasio Quiroga Sarmiento, quienes le enseñaron a leer a los cuatro años. En 1816, ingresó a una de las llamadas "Escuelas de la Patria", fundadas por los gobiernos de la Revolución, donde tuvo como educadores a los hermanos Ignacio y José Rodríguez, éstos sí maestros profesionales.

Cuando terminó la primaria, su madre, Doña Paula Albarracín, quiso que estudiara para sacerdote en Córdoba, pero Domingo se negó y tramitó una beca para estudiar en Buenos Aires. No la consiguió y tuvo que quedarse en San Juan donde fue testigo de las guerras civiles que asolaban la provincia. Marchó al exilio en San Francisco del Monte, San Luis, junto a su tío, José de Oro. Allí fundaron una escuela que será el primer contacto de Sarmiento con la educación.

Poco después, regresó a San Juan y comenzó a trabajar en la tienda de su tía. "La Historia de Grecia la estudié de memoria, y la de Roma enseguida…; y esto mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para vivir en él. Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo, y una señora pasaba para la Iglesia y volvía de ella, y sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes, con este niño inmóvil insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo que, meneando la cabeza, decía en su casa: ‘¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran buenos los libros no los leería con tanto ahínco!’"

En 1827, se produjo un hecho que marcará su vida: la invasión a San Juan de los montoneros de Facundo Quiroga.

Decidió oponerse a Quiroga incorporándose al ejército unitario del General Paz. Con el grado de teniente, participó en varias batallas. Pero Facundo parecía por entonces imparable: tomó San Juan y Sarmiento decidió, en 1831, exiliarse en Chile. Se empleó como maestro en una escuela de la localidad de Los Andes. Sus ideas innovadoras provocaron la preocupación del gobernador. Molesto, se mudó a Pocura y fundó su propia escuela. Allí se enamoró de una alumna con quien tendrá su primera hija, Ana Faustina.

En 1836, pudo regresar a San Juan y fundar su primer periódico, El Zonda. Pero al gobierno sanjuanino no le cayeron nada bien las críticas de Sarmiento y decidió, como una forma de censurarlo, aplicarle al diario un impuesto exorbitante que nadie podía pagar y que provocó el cierre de la publicación en 1840. Volvió a Chile y comenzó a tener éxito como periodista y como consejero educativo de los sucesivos gobiernos.

"¿Que es pues un periódico? Una mezquina hoja de papel, llena de retazos, obra sin capítulos, sin prólogo, atestada de bagatelas del momento. Se vende una casa. Se compra un criado. Se ha perdido un perro, y otras mil frioleras, que al día siguiente a nadie interesan. ¿Qué es un periódico? Examinadlo mejor. ¿Qué más contiene? Noticias de países desconocidos, lejanos, cuyos sucesos no pueden interesarnos. (...) Trozos de literatura, retazos de novelas. Decretos de gobierno. (...) Un periódico es el hombre. El ciudadano, la civilización, el cielo, la tierra, lo pasado, lo presente, los crímenes, las grandes acciones, la buena o la mala administración, las necesidades del individuo, la misión del gobierno, la historia contemporánea, la historia de todos los tiempos, el siglo presente, la humanidad en general, la medida de la civilización de un pueblo." D. F. Sarmiento, El Zonda Nº 4.

En Chile, Sarmiento pudo iniciar una etapa más tranquila en su vida. Se casó con Benita, viuda de Don Castro y Calvo, adoptó a su hijo Dominguito y publicó su obra más importante: Facundo, Civilización y Barbarie. Eligió el periodismo como trinchera para luchar contra Rosas. Fundó dos nuevos periódicos: La Tribuna y La Crónica, desde los que atacó duramente a Don Juan Manuel.

Entre 1845 y 1847, por encargo del gobierno chileno, visitó Uruguay, Brasil, Francia, España, Argelia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, EEUU, Canadá y Cuba. En cada uno de estos países, se interesó por el sistema educativo, el nivel de la enseñanza y las comunicaciones. Todas estas impresiones las volcó en su libro Viajes por Europa, África y América. A fines de 1845 conoció en Montevideo a Esteban Echeverría, uno de los fundadores de la generación del ’37 y como él, opositor a Rosas y exiliado. Estando en Francia, en 1846, tuvo un raro privilegio: conocer personalmente al general San Martín en su casa de Grand Bourg y mantener una larga entrevista con el libertador.

De regreso a Chile, incrementó su actividad periodística contra Rosas, lo que motivó que el gobernador de Buenos Aires solicitara dos veces la extradición de Sarmiento para juzgarlo por calumnias, cosa a la que el gobierno chileno se negó.

Sarmiento pensaba que el gran problema de la Argentina era el atraso que él sintetizaba con la frase "civilización y la barbarie". Como muchos pensadores de su época, entendía que la civilización se identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho. Este dilema, según él, solo podía resolverse por el triunfo de la "civilización" sobre la "barbarie". Decía: "Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia". En una carta le aconsejaba a Mitre: "no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes". Lamentablemente el progreso no llegó para todos y muchos "salvajes y bárbaros" pagaron con su vida o su libertad el "delito" de haber nacido indios o de ser gauchos y no tener un empleo fijo.

La obra literaria de Sarmiento estuvo marcada por su actuación política desde que escribió en 1845: "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! (...) Facundo no ha muerto ¡Vive aún! ; está vivo en las tradiciones populares, en la política y las revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento. (...) Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él, (...) tirano sin rival hoy en la tierra". Estos párrafos del Facundo nos muestran el estilo de Sarmiento. Facundo, a quien odia y admira a la vez, es la excusa para hablar del gaucho, del caudillo, del desierto interminable, en fin, de la Argentina de entonces, de todos los elementos que representan para él el atraso y con los que hay que terminar por las buenas o las malas.

Sarmiento desde Chile alternó su actividad periodística con la literaria y educativa. En su libro Viajes (1849) se reflejan mucho más que las impresiones de un viajero atento y observador; allí se ocupó de lo que lo maravilla de los países que visita y que quisiera ver en su tierra. Pone el acento en el progreso industrial, el avance de las comunicaciones y de la educación.

En su libro Argirópolis (1850) dedicado a Urquiza, expresó un proyecto para crear una confederación en la cuenca del Plata, compuesta por las actuales Argentina, Uruguay y Paraguay, cuya capital estaría en la Isla Martín García. El modelo de organización era la Constitución norteamericana y proponía fomentar la inmigración, la agricultura y la inversión de capitales extranjeros.

Mantuvo fuertes polémicas con políticos y escritores de su tiempo, como Juan Bautista Alberdi, con quien no coincidía en apoyar a Urquiza. Esta polémica se expresó a través de sus libros. Alberdi escribió Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina y Cartas Quillotanas y Sarmiento le respondió con Las ciento y una y Época preconstitucional y Comentarios a la Constitución de la Nación Argentina.

En 1862 el general Mitre asumió la presidencia y se propuso unificar al país. En estas circunstancias asumió Sarmiento la gobernación de San Juan. A poco de asumir dictó una Ley Orgánica de Educación Pública que imponía la enseñanza primaria obligatoria y creaba escuelas para los diferentes niveles de educación, entre ellas una con capacidad para mil alumnos, el Colegio Preparatorio, más tarde llamado Colegio Nacional de San Juan, y la Escuela de Señoritas, destinada a la formación de maestras

En sólo dos años Sarmiento cambió la fisonomía de su provincia. Abrió caminos, ensanchó calles, construyó nuevos edificios públicos, hospitales, fomentó la agricultura y apoyó la fundación de empresas mineras. Y como para no aburrirse, volvió a editar el diario El Zonda.

En 1863 se produjo en la zona el levantamiento del Chacho Peñaloza y Sarmiento decretó el estado de sitio y como coronel que era, asumió personalmente la guerra contra el caudillo riojano hasta derrotarlo. El ministro del interior de Mitre, Guillermo Rawson, criticó la actitud de Sarmiento de decretar el estado de sitio por considerar que era una decisión exclusiva del poder ejecutivo nacional. Sarmiento, según su estilo, renunció. Corría el año 1864.

A pedido del presidente Mitre, en 1864 viajó a los EE.UU. como ministro plenipotenciario de la Argentina. De paso por Perú, donde se hallaba reunido el Congreso Americano, condenó el ataque español contra Perú, a pesar de las advertencias de Mitre para que no lo hiciera.

Sarmiento llegó a Nueva York en mayo de 1865. Acababa de asumir la presidencia Andrew Johnson en reemplazo de Abraham Lincoln, asesinado por un fanático racista. Sarmiento quedó muy impresionado y escribió Vida de Lincoln. Frecuentó los círculos académicos norteamericanos y fue distinguido con los doctorados "Honoris Causa" de las Universidades de Michigan y Brown.

Mientras Sarmiento seguía en los Estados Unidos, se aproximaban las elecciones y un grupo de políticos los postuló para la candidatura presidencial. Los comicios se realizaron en abril de 1868 y el 16 de agosto, mientras estaba de viaje hacia Buenos Aires, el Congreso lo consagró presidente de los argentinos. Asumió el 12 de octubre de ese año.

Cuando Sarmiento asumió la presidencia todavía se combatía en el Paraguay. La guerra iba a llevarse la vida de su querido hijo Dominguito. Sarmiento ya no volvería a ser el mismo. Un profundo dolor lo acompañaría hasta su muerte.

Durante su presidencia siguió impulsando la educación fundando en todo el país unas 800 escuelas y los institutos militares: Liceo Naval y Colegio Militar.

Sarmiento había aprendido en los EE.UU. la importancia de las comunicaciones en un país extenso como el nuestro. Durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas. Pensaba que, como en los EE.UU., el tren debía ser el principal impulsor del mercado interno, uniendo a las distintas regiones entre sí y fomentando el comercio nacional. Pero éstos no eran los planes de las compañías británicas inglesas, cuyo único interés era traer los productos del interior al puerto de Buenos Aires para poder exportarlos a Londres. En lugar de un modelo ferroviario en forma de telaraña, o sea interconectado, se construyó uno en forma de abanico, sin conexiones entre las regiones y dirigido al puerto. Este es un claro ejemplo de las limitaciones que tenían los gobernantes argentinos frente a las imposiciones del capital inglés. La red ferroviaria paso de 573 kilómetros a 1331 al final de su presidencia.

En 1869 se concretó el primer censo nacional. Los argentinos eran por entonces 1.836.490, de los cuales el 31% habitaba en la provincia de Buenos Aires y el 71% era analfabeto. Según el censo, el 5% eran indígenas y el 8% europeos. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo representaban el 1% de la población. La población era escasa, estaba mal educada y, como la riqueza, estaba mal distribuida. Sarmiento fomentó la llegada al país de inmigrantes ingleses y de la Europa del Norte y desalentó la de los de la Europa del Sur. Pensaba que la llegada de sajones fomentaría en el país el desarrollo industrial y la cultura. En realidad los sajones preferían emigrar hacia los EE.UU. donde había puestos de trabajo en las industrias. La argentina de entonces era un país rural que sólo podía convocar, lógicamente a campesinos sin tierras. Y, para tristeza de Sarmiento, la mayoría de los inmigrantes, muchos de nuestros abuelos, serán campesinos italianos, españoles, rusos y franceses.

Entre las múltiples obras de Sarmiento hay que mencionar la organización de la contaduría nacional y el Boletín Oficial que permitieron a la población en general, conocer las cuentas oficiales y los actos de gobierno. Creó el primer servicio de tranvías a caballo, diseñó los Jardines Zoológico y Botánico. Al terminar su presidencia 100.000 niños cursaban la escuela primaria.

Al finalizar su mandato apoyo la candidatura del tucumano Nicolás Avellaneda.

El 22 de agosto de 1873 Sarmiento sufrió un atentado mientras se dirigía hacía la casa de Vélez Sarsfield. Cuando transitaba por la actual esquina de Corrientes y Maipú, una explosión sacudió al coche en el que viajaba. El sanjuanino no lo escuchó porque ya padecía una profunda sordera. Los autores fueron dos anarquistas italianos, los hermanos Francisco y Pedro Guerri que confesaron haber sido contratados por hombres de López Jordán. El atentado falló porque a Francisco Guerri se le reventó el trabuco en la mano. Sarmiento salió ileso del atentado y se enteró porque se lo contaron después.

Al finalizar su mandato en 1874, Sarmiento se retiró de la presidencia pero no de la política. En 1875 asumió el cargo de Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires y continuó ejerciendo el periodismo desde La Tribuna. Poco después fue electo senador por San Juan.

En esa época vivía con su hermana, su hija y sus nietos en la calle Cuyo, actual Sarmiento 1251.

En 1879 asumió como ministro del Interior de Avellaneda, pero por diferencias políticas con el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, renunció al mes de haber asumido.

Durante la presidencia de Roca ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. En la época en que Sarmiento fomentaba la educación popular, el índice de analfabetos era altísimo. En el campo había muy pocas escuelas porque la mayoría de los estancieros no tenían ningún interés en que los peones y sus hijos dejaran de ser ignorantes. Cuanto menos educación tuvieran más fácil sería explotarlos.

Pero Sarmiento trataba de hacerles entender que una educación dirigida según las ideas y los valores de los sectores dominantes, lejos de poner en peligro sus intereses, los reproducía y confirmaba. "Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales... para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela."

De todas formas le costó muchísimo convencer a los poderosos de que les convenía la educación popular y recién en 1882, logró la sanción de su viejo proyecto de ley de educación gratuita, laica y obligatoria, que llevará el número 1420.

Una de sus últimas actuaciones públicas data de 1885. El presidente Roca prohibió a los militares emitir opiniones políticas. Sarmiento, que no podía estar sin expresar su pensamiento, decidió pedir la baja del ejército, y opinar libremente a través de las páginas de su diario El Censor.

En el invierno de 1888 se trasladó al clima cálido del Paraguay junto a Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfiled, autor del Código Civil. Aurelia fue la compañera de Sarmiento durante los últimos años de su vida. Murió el 11 de septiembre de ese año, en Paraguay, como su hijo Dominguito.

Pocos años antes había dejado escrito una especie de testamento político: "Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la Tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque ere bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas".

Felipe Pigna. www..elhistoriador.com.ar

Cooke quería la revolución peronista para imponersela a Perón

Mi novela La astucia de la razón plantea este tema en un diálogo ficcional que trama entre René Rufino Salamanca, el líder obrero de los mecánicos cordobeses, y John William Cooke. Voy a vulgarizar un poco la novela transcribiendo sólo los diálogos.

Estos diálogos, en ella, se mezclan con bloques narrativos, algo que los torna complejos en su lectura. Ahorrémonos eso aquí. Cooke había ido a Córdoba para dar una conferencia sobre el fallido regreso de Perón de 1964, abortado por la Cancillería del gobierno de Arturo Humberto Illia y todo el país gorila. Ahora, Cooke y Salamanca están en la calle 27 de Abril, en la casa de los mecánicos, y ahí tienen un diálogo trascendente. Salamanca dice a Cooke:

“–Mirá, Gordo, el problema es éste: los obreros son peronistas, pero el peronismo no es obrero.

Cooke responde:

–Si el peronismo fuera obrero como los obreros son peronistas, la revolución la haríamos mañana mismo.

–Y sí, claro –dice Salamanca–. Tenemos que conducir a la clase obrera al encuentro con su propia ideología. Que no es el peronismo.

–Estás equivocado –dice Cooke–. Eso es ponerse afuera de los obreros. Eso es hacer vanguardismo ideológico, Salamanca. Recordá el brillante consejo de Lenín: hay que partir del estado de conciencia de las masas. ¿Está claro, no? La identidad política de los obreros argentinos es el peronismo. No estar ahí, es estar afuera.

Salamanca, muy firme, dice: –Bueno, compañero. Entonces nosotros estamos afuera. Afuera del peronismo y sobre todo afuera de la conducción de Perón.

Cooke, irónico, sonríe. Se siente seguro. Sabe que tiene algo sorpresivo para decirle a Salamanca (y probablemente a todos nosotros). Antes, lo agrede un poco. Siempre con estima, con respeto, pero no deja de decirle lo que duele de los tipos como Salamanca, de la izquierda obrera argentina. De los cordobeses combativos.

–No hay caso entre ustedes y Perón, ¿eh? Cómo les jode, che. “Bonapartista.” “Nacionalista burgués.” A veces, “fascista”. Pero esto, menos. Se lo dejan a la derecha. Pero todo lo que le dicen, también “populista” y algo más que seguramente olvido, son distintas formas de decir lo mismo, Salamanca. Que Perón no representa los verdaderos intereses de la clase obrera. Que la clase obrera argentina tiene un líder y una ideología burgueses. Bueno, mirá, escuchame bien. –Y aquí dijo su frase sorpresiva. La frase más inesperada de la noche. Ahí, en la calle 27 de Abril, la calle de los mecánicos.

Dijo Cooke:

-Yo me cago en Perón.

Salamanca responde:

–Nosotros también nos cagamos en Perón. Parece que estamos más de acuerdo de lo que creíamos.

–No –dice Cooke–, no estamos de acuerdo. Porque ustedes se cagan en Perón de una manera y yo y los peronistas como yo de otra. Porque, para ustedes, compañero, cagarse en Perón es quedarse afuera. Afuera de Perón y de la identidad política del proletariado. Mientras que para nosotros, cagarnos en Perón es rechazar la obsecuencia y la adulonería de los burócratas del peronismo. Es reconocer el liderazgo de Perón, pero no someternos mansamente a su condición estratégica. Para nosotros, Salamanca, para mí y para los peronistas como yo, para los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es creer y saber que el peronismo es más que Perón. Que Perón es el líder de los trabajadores argentinos, pero que nosotros, los militantes de la izquierda peronista, tenemos que hacer del peronismo un movimiento revolucionario. De extrema izquierda. Y tenemos que hacerlo le guste o no a Perón. Porque si lo hacemos, compañero, a Perón le va a gustar. Porque Perón es un estratega y un estratega trabaja con la realidad. Una realidad que, más allá de sus convicciones que son muy difíciles de conocer, Perón va a tener que aceptar. Porque Perón, Salamanca, ya no se pertenece. Quiero decir: lo que no le pertenece es el sentido polítíco último que tiene en nuestra historia. Porque Perón va a tener que aceptar lo que realmente es, lo que el pueblo hizo de él: el líder de la revolución nacional y social en la Argentina. Ésa es, entonces, compañero, en suma, mi manera de cagarme en Perón.”

Fragmento de “Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina” de José Pablo Feinmann. Clase 10: "Conducción política y economía".

viernes, 25 de febrero de 2011

Sarmiento dijo...

Sarmiento fue un gran prócer, sin duda. El 14 de febrero de 2011 se recordó el bicentenario de su nacimiento. Algunos extractos de su vida y obra lo pintan de cuerpo entero. Veamos el legado que nos dejó quien es llamado "el gran educador".

El gaucho argentino: "Se nos habla de gauchos... La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos". Carta a Mitre del 20/09/1861.

La masa popular: "Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas". Carta a Mitre del 24/09/1861.

Los pobres y los huérfanos: "Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? ¿Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer". Del discurso en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, 13/09/1859.

Masacre patriótica: "Necesitamos entrar por la fuerza en la Nación; la guerra si es necesario" (1861).

"Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean" (1866).

"Es necesario emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre" (1844).

"La invasión de las Malvinas por parte de los ingleses es útil para la civilización y el progreso", El Progreso, 28/12/1842. En el tomo 4º, pág. 12 de sus obras completas se lamenta de la derrota de los ingleses cuando nos invadieron.

La Patagonia: "He contribuido con mis escritos aconsejando con tesón al gobierno chileno a dar aquel paso... El gobierno argentino engañado por una falsa gloria, provoca una cuestión ociosa que no merece cambiar dos notas. Para Buenos Aires tal posesión es inútil. Magallanes pertenece a Chile y, quizá, toda la Patagonia... No se me ocurre, después de mis demostraciones, cómo se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos. Ni sombra ni pretexto de controversia le queda". El Progreso, 11 al 28 de noviembre de 1842 y "La Crónica", 11/03/1849, 04/08/1849 y 29/04/1849.

"Es una tierra desértica, frígida e inútil. No vale la pena gastar un barril de pólvora en su defensa. ¿Por qué obstinarse en llevar adelante una ocupación nominal?". "El Nacional", 19/07/1878.

El pueblo paraguayo: "Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse". Carta a Mitre de 1872.

El Indígena: "¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado". "El Progreso", 27/09/1844, "El Nacional", 19/05/1887, 25/11/1876 y 08/02/1879.

Patriotismo: "Los argentinos residentes en Chile pierden desde hoy su nacionalidad. Chile es nuestra patria querida. Para Chile debemos vivir. En esta nueva afección deben ahogarse todas las antiguas afecciones nacionales". "El Progreso", 11/1/1843.

Artigas: "Artigas es un bandido, un tártaro terrorista. Jefe de bandoleros, salteador, contrabandista, endurecido en la rapiña, incivil, extraño a todo sentimiento de patriotismo, famoso vándalo, ignorante, rudo, monstruo, sediento de pillaje, sucio y sangriento ídolo con chiripá. Ese salvaje animal que enchalecaba hombres con cuero fresco lleva por séquito inseparable el degüello y la devastación". Obras Completas, tomo 17, págs. 87 y 92; tomo 15, págs. 348 y 349 y tomo 38, pág. 280.

Religión: "Franklin en moral avanza sobre la moral misma de Jesucristo" (01/01/1886).

"Los frailes y monjas se apoderan de la educación para embrutecer a nuestros niños... Ignorantes por principio, fanáticos que matan la civilización, emigrantes confabulados y recua de mujeres; basura de Europa, son la filoxeta y el cardo negro de la pampa, hierba dañina que es preciso extirpar". Febrero de 1883.

Democracia: "La muerte de Benavídez es acción santa sobre un notorio malvado. Dios sea loado." "El Nacional", 28/10/1859.

"En las provincias viven animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor". Informe a Mitre de 1863.

La Constitución: “La Constitución es solamente para las clases racionales que necesitan libertad de prensa o de propiedad, pero la Constitución para las clases populares no es el texto copiado en Santa Fe, que es sólo para nosotros. La Constitución para las clases populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad”. Comentarios a la Constitución de 1853.

Anglofilia: “En tanto el cráneo de los norteamericanos se ha abovedado, el de los españoles se ha contraído…” Obras Completas, Tomo 45, pág. 204.

martes, 22 de febrero de 2011

Ultimo programa "A mi me la vas a contar?" del gran Discepolín


"Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por la clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena, porque pedía un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta.

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, una puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el Klan. Yo me acuerdo del Klan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, fuego a cientos y hubieras visto masacrar judíos por una "gioriosa" institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: "Ya por ese entonces los obreros gozaban..." ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada, la que te habla claro te parece vulgar. Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora ¡No! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso -por no decir la infamia- de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la Patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece. ¡A mi ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez."


Enrique Santos Discepolo, año 1951.

viernes, 11 de febrero de 2011

Nunca menos

Músicos como Horacio Fontova, legisladores como Eric Calcagno y Ariel Pasini, actores de la talla de Gustavo Garzón y Lito Cruz, entre 120 voces, grabaron un video con una canción homenaje a Néstor Kirchner.

La canción homenaje al ex presidente, "Nunca Menos" de Horacio Bouchoux, consiguió en poco tiempo la adhesión de artistas como Guillermo Fernández a quien los organizadores fueron a grabar a Mar del Plata, según contó a Télam Víctor Testani durante un alto del registro en el Centro Cultural Homero Manzi, un bastión murguero.

"Estamos muy contentos, podemos decir que el video se está haciendo solo porque todo el mundo se fue sumando y por eso decimos que tenemos unas 120 voces", agregó "Hoy pasaron por el lugar, el senador Calcagno, el Negro Fontova y el militante de la Martín Fierro, Quito Aragón que se suman a las voces de integrantes de las agrupaciones kirchneristas Descamisados, Negros de Mierda y la murga La Gloriosa de Boedo".

También participaban la sobreviviente de la noche de los Lápices Emilce Moler de Mar del Plata, los artistas Luis "Titite" Longhi que toca el bandoneón, Alejandro Sanz y el cubano Rafael de La Torre.

Los derechos de autor y reproducción de la canción serán donados "íntegramente" a espacios culturales y juveniles del kirchnerismo, porque no hay ánimo de lucro entre los organizadores.

Con una producción "a pulmón" ya fueron grabados, además de artistas y políticos más de 80 militantes cantando el coro final murguero en La Plata, Mar del Plata y Buenos Aires.





Lágrimás que riegan todo el suelo en primavera
de tu mañana azul que llora y rie
nombre que se talla para siempre en la madera
de los que sin estar están y viven.

Voces que te nombran y se aferran al color
de esa insolencia alegre que inventaste
ríos muchedumbres de un subsuelo que volvió
para quedarse acá, para quedarse

¿Será verdad que te fuiste con la historia
o será que aún no despertamos
y que con una antorcha nueva en cada mano
vas a volver cubriéndonos de gloria?

Nada más al sur de esa indómita armadura
hecha de ayeres, blindada de ausencias
mágica de amores y de sueños que perduran
sin arrumbarse en ninguna puerta

Todas esas risas que viniste a restaurar
desde un recóndito rincón dormido
hoy cubren las paredes que no pueden derrumbar
los que sin luz ni sol están perdidos

¿Será verdad que te fuiste con la historia
o será que aún no despertamos
y que con una antorcha nueva en cada mano
vas a volver cubriéndonos de gloria?

Y esos mil jirones que dejaste en el camino
serán retazos si, de una bandera
marcas imborrables en el cuerpo que elegimos
llevar hasta el final y nunca menos

Nunca menos que ese fuego en la mirada
que las voces acalladas retomando la canción
Nunca menos que tu nombre en las banderas
que tu plaza siempre llena de esperanza y de pasión

Nunca menos que pañuelos en tu casa
Nunca menos que justicia sin perdón
Nunca menos que el paisaje repetido
de este sur tan aguerrido y diciendo al fin que no
Nunca menos que esas risas desdentadas
aguantando la parada que supieron conquistar
Nunca menos que un enjambre de morochos
arruinandoles la foto a los que no vuelven más
Nunca menos que los pibes en el centro
Nunca menos que vivir con dignidad
Nunca menos que la Patria que soñamos
Nunca menos
Ni un paso atrás.
Letra y música: Horacio Bouchoux. Centro Cultural Héctor Oesterheld.

¿A mí me la vas a contar? Discépolo por radio

Penúltima charla del ciclo que originalmente se llamára "Pienso y digo lo que pienso" y que Enrique Santos Discépolo rebautizára "¿A mí me la vas a contar?". En realidad estas últimas dos charlas fueron agregadas luego de finalizado el ciclo. Este ciclo fue originalmente un espacio de adhesión de figuras públicas a la obra de gobierno de Perón. Pero a partir de la incorporación de Discépolo se transformó en algo más significativo. Las charlas anteriores, cuyos audios fueron debidamente destruídos tras la caída del gobierno de Perón, son piezas discepolianas fantásticas. Estas dos últimas charlas presentan a un Discépolo más cansado, un Discépolo que ha sufrido ataques y agravios de todo tipo y que muy probablemente ya ha comenzado el proceso que lo llevará a la muerte en diciembre de ese mismo año.