Primera Parte – Aproximación histórica y metodológica al origen de los modelos
Según Natalio Botana, si bien la revolución de 1810 supuso una ruptura con el régimen colonial, más tarde se transformaría en un gigantesco desgarro, un vacío o épica carente de rumbo. Como bien indican algunos autores y protagonistas de la época, especialmente aquellos de influencia romántica, la nueva nación estaba aún por gestarse, era una tarea a realizar, a ser conformada a través de la historia.
Ahora bien, quienes protagonizaron la revolución de 1810 -Moreno, Castelli, Monteagudo, entre otros- tenían otras influencias, que generalmente se asocian a la Ilustración y al modelo de la Revolución Francesa; es decir, sintéticamente, en el optimismo en la razón, justicia y libertad universales el progreso, la ciencia, ideas expresadas por pensadores como Voltaire o Rousseau. No obstante, es válido indicar que se les fueron asignando otras identificaciones a los revolucionarios. Así, Noemí Goldman explica que otros autores llegaron a proponer diferentes orígenes intelectuales de la Revolución de Mayo, como por ejemplo José Carlos Chiaramonte, quien introdujo la "Ilustración Católica", basada en la relación de la cultura eclesiástica y la ilustrada, lo cual cambiaba de algún modo la finalidad revolucionaria. Igualmente, más allá de la presencia de influencia francesa y de la Ilustración -la cual es en cierto punto innegable-, Goldman también cita las conclusiones de un trabajo de Pilar González, en las cuales se hacen notorias algunas diferencias con el caso francés: "mientras la sociabilidad revolucionaria francesa sirve como espacio de reivindicaciones sociales y como estructura para una representación nacional, la sociabilidad rioplatense [...] por su carácter municipal así como su concepción elitista de la soberanía popular, condujo al fracaso de la primera tentativa de instauración democrática en el Río de la Plata". Además, Goldman señala que si bien los revolucionarios rioplatenses pudieron 'apropiarse' de las ideas y fundamentos de la Revolución Francesa, se encontraban ausentes "las condiciones y características específicas del proceso revolucionario del país galo". Esto resulta relevante, porque es precisamente el defecto esencial que, como detallaré más adelante, Alberdi y Sarmiento detectaron en el pensamiento y gestión de los revolucionarios y, especialmente, de Rivadavia y otros unitarios ilustrados.
Pese al esfuerzo intelectual y material de varios protagonistas de las primeras décadas post-revolución, en esa etapa no se pudo ver consagrado ningún proyecto duradero de gobierno nacional. Esto lleva, naturalmente, a preguntarse cuáles fueron las razones que impidieron la organización política. Si bien no es mi intención avocarme profundizar acerca de los proyectos de ese período (1810- 1829), podrían enunciarse los siguientes motivos, que serían más tarde la base del pensamiento alberdiano y sarmientino: inestabilidad política internacional (regional y también en los principales países europeos), carencia de bases económicas (en lo que hace a capacidad productiva y financiera) y una sociedad local dividida notoriamente según sus orígenes, recursos o ideales. En suma, las condiciones parecían más que adversas para iniciar la gesta de la nación. No obstante, no hay que olvidar que gracias a la emancipación (1816) ya estaba dado el primer gran paso. La cuestión era definir qué hacer a partir de aquel. Lamentablemente, Botana explica que esos primeros pasos tras la revolución y la independencia estuvieron protagonizados por un sector principalmente aristocrático que intentó asentar un orden que resultó utópico, en tanto ignoraba el contexto y condiciones en el cual se tenía que desarrollar.
Por su parte, Sarmiento también se encargó de darle una explicación a los eventos que sucedieron a la revolución a partir de un análisis más amplio que ya demostraba su distancia respecto de otros intelectuales y políticos de la primera mitad del siglo XIX. En el célebre capítulo IV del Facundo, el autor sanjuanino describía el proceso revolucionario como aquel en que luchan dos intereses opuestos. Asimismo, agrega que, en algunos casos, puede suceder que el partido vencido vuelva a reorganizarse y vencer, como sucedería efectivamente más tarde. En el caso argentino, aquel proceso despertó una tercera entidad, el elemento caudillesco bárbaro, que logró doblegar a las ciudades 'civilizadas'. Entonces, "las ciudades triunfan de los españoles, y las campañas, de las ciudades". La barbarie del interior penetró en las ciudades, continuando la etapa de indefinición socio-política en que se hallaba inmerso el proyecto de nación. Mucho tiempo después, Oscar Terán precisa que aquel proceso de militarización y ruralización de la vida política que se dieron a partir de 1810 produjeron una 'dialéctica involuntaria', sin el elemento superador11 de las dos fuerzas: la barbarie contaminó la civilización y surgió la racionalidad como rasgo particular en la personalidad de Juan Manuel de Rosas, híbrido de barbarie y civilización.
Como surge del párrafo anterior, había nacido un régimen diferente. Sarmiento se refiere a la transición del siguiente modo: "[...] y lo que en él, era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular [...] Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda inteligencia de un Maquiavelo". He aquí la racionalidad a la que hace mención Terán como rasgo distintivo del nuevo orden.
Durante la década del 30 del siglo XIX, ya constituido el régimen rosista, apareció otro elemento determinante para el proceso histórico argentina: la nueva generación. No sólo los jóvenes del Salón Literario, sino también otros como Sarmiento, surgen como el nuevo grupo destinado a guiar la conformación y desarrollo del país. Si bien varios integrantes de esta nueva generación provenían de familias federales y hasta intentaron acercarse al gobierno de Rosas, fueron 'rápidamente' ignorados o desatendidos, lo cual derivó después en su distanciamiento y exilio de muchos de ellos. No obstante, ello no les impidió formar las críticas más duras hacia el régimen rosista, ni escribir algunas de las obras literarias más trascendentes de la historia del país. Además, luego de la caída de Rosas, varios de ellos serían llamados o aspirarían a participar nuevamente de modo activo en la política argentina.
En cuanto a las ideas o nociones básicas que caracterizaban a este grupo, en el primer párrafo de esta parte se adelantó que la influencia provenía del romanticismo, de lo cual nació un contraste con la ilustración. En ese sentido, sirve citar las palabras de Terán, quien revela la distinción más relevante entre las dos corrientes: "el romanticismo valorará lo auténtico, lo propio, lo idiosincrático, es decir, lo original y distintivo de cada nación, en contraposición al cosmopolitismo ilustrado [...] Proveerá a cada cultura de un pasado épico, prestigioso [...] pondrá el acento en los usos y costumbres de cada nación, ante los cuales deben rendirse las importaciones de otras zonas culturales, propugnando en consonancia que las leyes deben adecuarse a esas particularidades". Igualmente, tanto Botana como Terán aclaran que la búsqueda y propuesta de Estado nacional de Alberdi y Sarmiento conservan ciertos fines de la ilustración que son complementados con medios del romanticismo.
Antes de comenzar con la exposición y comparación de los modelos de Alberdi y Sarmiento, resta plantear dos cuestiones. En primer lugar, sin adelantar en detalle las propuestas de los principales exponentes de la nueva generación, es preciso hacer referencia a una de las inquietudes de estos pensadores: ¿cómo construir el nuevo poder, el nuevo régimen a partir del cual se puede llevar a cabo un proceso más ambicioso de nación? Halperín Donghi explica en uno de sus trabajos que estaban equivocados quienes creían recibir, tras la caída de Rosas, un Estado central al que había que institucionalizar, sino que antes había que construir o al menos sentar los cimientos del Estado, etapa que, según él, se cerraría recién en 1880. En otras palabras, podría decirse que se había avanzado muy poco desde 1810 hasta 1852 en cuestiones organizativas, y que la implementación de grandes proyectos era aún una deuda pendiente.
Segunda cuestión: ¿qué papel van a adoptar los integrantes de la nueva generación? Según Halperín Donghi la nueva generación fue cambiando de postura. En un principio, allá por 1837, se veía como única guía política; más tarde, en 1850 se veía en cambio como uno de los dos interlocutores junto a la elite económico-social, por dos razones: 1) esta última élite se encontraba consolidada tras el rosismo (el autor precisa que Sarmiento no estaba tan convencido de la participación de esta élite, aunque que en algún punto cede, por ejemplo con la esperanza que deposita en Urquiza al escribir Argirópolis); 2) el efecto de las convulsiones europeas a partir de 1848. Terán postula esta relación entre la clase intelectual y el brazo político de un modo más metafórico, estableciendo que ambos interlocutores coincidían entonces en un movimiento que unía la espada con la inteligencia. En la próxima parte del trabajo analizaré qué sucedió con el último elemento, mientras que en la última intentaré explicar cómo la espada puede olvidar la inteligencia.
Segunda Parte – Los proyectos de Alberdi y Sarmiento
El modelo a seguir
Tras el regreso de los viajes que lo llevaron a conocer Europa y Estados Unidos, Sarmiento dejó bien claro en varias de sus obras que el modelo a imitar ya no era el europeo, sino que se debía buscar la clave del progreso en el proyecto norteamericano. Entre esas obras en las que hizo apología del modelo de EE.UU., se encuentra Argirópolis, en la que hace varias veces referencia a aquel país como "la maravilla de la comunicación" con el comercio mundial y con los estados centrales por la navegación de los ríos y los caminos, o bien como el país más poderoso y que asegura libertad, independencia y riqueza. Botana imputa esta predilección sarmientina por la consagración de la libertad e igualdad (mejor dicho de la educación, el municipio y la tierra) y la formación de un mercado nacional integrado, cuestión que vio postergada en Europa. Halperín Donghi agrega que la preferencia se debía no sólo la libertad e igualdad que propugnaban los norteamericanos, sino a la conciliación que habían logrado de aquellos valores con la formación de una nueva sociedad y el desarrollo de mercado nacional.
Por su parte, se podría decir que Alberdi no 'abrazó' tanto el modelo norteamericano (aunque hizo referencias positivas), sino que seguía de algún modo atado al europeo, del cual se debía emular su 'espíritu' y 'acción civilizante'. Halperín Donghi dice que el tucumano aún encontraba en la experiencia europea posterior a 1848 algunos elementos aplicables, como el autoritarismo que surgió para aplacar la crisis. Otro autor, Juan Fernando Segovia, considera que Alberdi estimaba más de lo que se creía al modelo norteamericano. No obstante, agrega que aquel sabía que el caso argentino era absolutamente distinto, casi inverso; por eso se debía poner el esqueleto institucional (norteamericano) en primer lugar, acompañarlo con elemento europeos, para finalmente alcanzar un resultado similar al progreso estadounidense.
Forma de gobierno. Relaciones con otros grupos de poder
En las Bases, Alberdi propuso adoptar un federalismo atenuado, mixto, partiendo de la base que los unitarios presentaron un principio impracticable que chocaba con la realidad argentina. Entendía que era necesario un gobierno autoritario, mas no arbitrario; un gobierno general (dividido en tres poderes: ejecutivo, legislativo-formado por dos cámaras- y judicial) que se concilie con las soberanías locales, pero que no les dé tanto margen. Sólo el poder ejecutivo nacional se presentaba capaz, para el tucumano, de llevar adelante algunas de las medidas necesarias para el progreso. Sin ánimo de adelantarme en la comparación, es necesario indicar que tanto el autor de las Bases como Sarmiento apreciaban la necesidad de institucionalizar un gobierno a través una serie de reglas proclamadas por un Congreso general constituyente; más precisamente, se refería a consagración de una constitución como medio que reconozca y garantice las necesidades de la nación a construir.
La postura de Sarmiento en cuanto a la forma de gobierno varía: primero, en el Facundo, dio una explicación casi geográfica de la naturaleza unitaria del gobierno nacional. Luego, en Argirópolis obvia la discusión y propone directamente una forma federal: el objetivo era la convocatoria del Congreso y la concreción de puntos establecidos en el art. 5 del pacto de 1831, que parecía olvidado por el 'provisorio' gobierno de Buenos Aires y por otros gobiernos provinciales. El proyecto esbozado en esa obra no sólo se remitía a una confederación de provincias, sino que abría posibilidad de incorporar a Uruguay y Paraguay, por congreso a realizarse en la isla Martín García (isla pequeña y ocupada en ese entonces por los franceses); quedando así garantizados los intereses por la ubicación de la isla (utopía que le va a significar algunas crítcas más tarde).
Botana considera que la propuesta de Alberdi era un medio para posibilitar la transición entre un gobierno tradicional (representando las viejas facciones) y otro progresista, un pacto provisorio que enfrentaría su extinción por la concreción de la libertad moderna. En cambio, Sarmiento recomendaba otra forma de autonomías provinciales; lo primordial para el sanjuanino era generar la calidad ciudadana a partir de los ámbitos regionales (v.gr., por la adopción y formación de municipios), para evitar que la centralización, que mantenía como correlato a las oligarquías provinciales, se imponga sobre muchedumbres aisladas, no representadas por esas oligarquías. No obstante, Milcíades Peña señala que lamentablemente Sarmiento (aunque luego, según él el autor, advirtió su error) tuvo que apoyarse en algún momento en esos poderes provinciales que no compartían su misma conciencia de progreso nacional.
Medios de progreso: inmigración y medios materiales
Si bien a priori se podría interpretar cierta coincidencia entre algunos de los medios propuestos, más adelante se verá que en realidad esos medios implican cambios de distinto alcance según como se los aplique y complemente.
Sarmiento ya había determinado en 1845 el mal que aquejaba a la Argentina: el desierto, causa y origen de un régimen que postergaba al progreso del país (en realidad, de las provincias que no eran Buenos Aires). Sin embargo, esa extensión sin límites presentaba ciertos elementos que debían ser aprovechados antes que desdeñados. Para el autor del Facundo, era una inmensidad con muchísimas vías navegables y condiciones más que propicias para el progreso. La cuestión versaba entonces sobre cómo cambiar ese elemento e invertir las condiciones para redistribuir las ventajas comerciales. En 1850, en Argirópolis, tomó como referencia al art. 5 del pacto 1831 para plantear las modificaciones necesarias y legítimas: 1) libre navegación de los ríos; 2) arreglar el comercio interior y exterior; 3) cobro y distribución de rentas generales; 4) ferrocarriles; 5) sustitución de la ganadería por la agricultura; 6) inmigración. Sarmiento hacía hincapié en que Buenos Aires debía entender que del libre intercambio entre una ciudad y otros mercados depende la prosperidad, y no del comercio entre una ciudad rica y ciudades pobres. En otras palabras, la prosperidad no estaba en el monopolio del comercio de Buenos Aires o Montevideo, sino en creación de nuevos mercados que aumenten la riqueza del interior y del país en general, como sucedía en la costa este de EE.UU. Y, por otro lado, repite varias veces que no era posible esperar el crecimiento y desarrollo sólo de la población natural; la inmigración debía ayudar a centuplicar fuerzas. Para él, la población argentina (o la de la Confederación) necesitaba mezclarse con la población más adelantada en hábitos y educación, que iba a proporcionar un medio de riqueza -material y de conocimientos, de ciencia e industria- al país; y para ello era preciso garantizar la situación de los extranjeros, facilitarles el bienestar.
Hasta este punto podríamos fijar cierta similitud con las ideas de Alberdi, quien también instaba a promover la inmigración (que debía ser espontánea), libertad de comercio, libre navegación y 'caminos de fierro', trayendo 'pedazos vivos' de culturas desarrolladas en esos aspectos; a su vez, tratados extranjeros (para dar garantías a los inmigrantes), tolerancia religiosa y la negociación de empréstitos, entre otras medidas. También vale la pena destacar el análisis que realiza en los primeros capítulos de las Bases sobre otras constituciones y los efectos que tenían en la organización de la nación, especialmente negativo en aquellas de dificultaban la integración del extranjero en la sociedad. Si bien Alberdi buscaba dar un sustento principalmente material a su plan de progreso, le era inevitable referirse a la necesidad de adoptar un marco institucional acorde a las necesidades de su proyecto. A pesar de todas esas ideas, usualmente se resume buena parte de su pensamiento mediante la conocida frase 'gobernar es poblar', la cual implica basarse en la población como fin y medio al mismo tiempo, en tanto educa, transmite prácticas y fomenta el progreso. En cuanto a la inmigración y la acción civilizadora que ésta debía impartir no cabe marcar distinciones. La diferencia va a surgir luego en cómo se iba a desarrollar ese cambio y en la necesidad de añadirle otros elementos. Por otra parte, sí puede señalarse una diferencia en cuanto a una cualidad de la inmigración, que si bien no es determinante, vale la pena hacer referencia. Más allá de que ambos veían la necesidad de traer nuevos pobladores laboriosos y respetarles sus diferencias respecto de la población autóctona, fue Alberdi quien hizo énfasis en que esos inmigrantes fuese preferentemente anglosajones y que se les respetase la libertad de culto. El agente de desarrollo en modelos capitalistas que advirtió el tucumano en los anglosajones, mayoritariamente protestantes, sería más tarde la base del excelente trabajo de Max Weber. Este último autor analizó la relación entre el protestantismo y capitalismo, determinando que la valoración ética del trabajo como medio ascético y como comprobación de la fe constituyó una poderosa palanca de expansión del 'espíritu del capitalismo'.
Educación y libertades. La república del interés y la república de la virtud
Tanto Alberdi como Sarmiento entendían que la llegada de inmigrantes y la aplicación de ciertos materiales eran necesarios para el progreso. Lo que va a distanciar las concepciones de estos pensadores es la necesidad de considerar o no otros factores necesarios para desarrollo del país; de aquello, lógicamente van a surgir proyectos con distinto alcance.
En primer lugar, me referiré a Alberdi, quien consideraba que la inmigración y adopción de otras medidas iban a traducirse en un contagio de hábitos y prácticas en buena parte del territorio de la nación gracias a nuevos modos de transporte. Ahora bien, esta mención a los hábitos y prácticas no es baladí, en tanto en ello se sienta la principal diferencia con las ideas sarmientinas. Según Alberdi, lo primordial era la educación por las cosas que iba a provocar la inmigración; no se necesitaba instrucción formal, la cual era un medio impotente, sino fomentar nuevas prácticas que luchen contra la ociosidad de las ciudades del antiguo régimen, fomentar una cultura con otras capacidades. La instrucción primaria no debía negarse, pero no alcanzaba; y la superior, era inadecuada a las necesidades de ese momento. Se necesitaban prácticas, no ideas. Esto es básicamente lo que varios autores llaman la teoría del transplante alberdiana.
El transplante que vislumbró Alberdi debía dar paso a una reconfiguración gradualista de la sociedad en el marco de una república posible impregnada de cierto tinte conservador. En la república posible de Alberdi bastaba la educación por las cosas para participar en el progreso; por otro lado, un exceso de instrucción formal podía llegar a atentar contra la disciplina en los pobres, persuadiéndolos de que tenían derecho a participar del goce de esos bienes. De este modo, se conformaría una nueva sociedad por un proceso simple y economista, guiado por lo que Botana llama 'el egoísmo bien entendido y el gobierno de sí mismo'. Este es el camino que Alberdi postulaba para seguir por la república del interés, distinta de la república de la virtud en la cual se requiere otro tipo de educación y actividad estatal.
En la república posible de Alberdi, se deberían ir gestando condiciones para dar lugar a la república verdadera. Pero es importante señalar que durante dicho proceso los inmigrantes y las viejos habitantes que lo transiten verían resguardadas todas sus libertades civiles -como lo señala varias veces en las Bases - que se conjuguen con los fines económicos, mas no las políticas, para las cuales aún hay que preparar a las masas-. Milcíades Peña opina que Alberdi no confiaba en las masas populares como agentes autónomos del desarrollo nacional.
Sarmiento explicó en Argirópolis que la grandeza y la civilización de los EE.UU. se afianzó no sólo en la libertad, sino también en la igualdad. A diferencia de Alberdi, quien proponía una base de educación por las cosas y libertades civiles, entendía que era imperante que los habitantes reciban educación pública y tengan ámbitos de ejercicio de libertades políticas como medios de organización de mercado nacional; el sanjuanino pretendía crear una república de ciudadanos, la república de la virtud, que se ajuste a una determinada forma de progreso económico. Así, mientras Alberdi no quería (o temía) ampliar la instrucción formal y tampoco generar aspiraciones en algunos sectores, Sarmiento buscó una alternativa: educar para contener la concreción de aspiraciones de un modo racional, ordenado. Lo cual, tanto para Botana como para Halperín Donghi, implica otro contaste con las ideas alberdianas: la integración política y el cambio social no son para Sarmiento el punto de llegada sino una condición previa de la formación de la república.
El transplante debía implicar desde el principio un cambio de costumbres y un proceso formativo. Para Sarmiento, no había república posible ni verdadera si el individuo no sabía leer y escribir y tampoco si no salía de su aislamiento y no ejercía sus libertades en ámbitos públicos (idea que él veía realizable por los municipios, como forma de integración paulatina de individuos al gobierno representativo). Es más: la mera integración civil era peligrosa porque podía escindir al Estado de la sociedad; del egoísmo 'individual' planteado por Alberdi podría surgir el egoísmo 'colectivo'. Si los individuos no son educados ni integrados a la sociedad, se correría el riesgo de formar una masa otra vez disponible -e indefensa- para el despotismo.
Reforma agraria
Para terminar de reflejar el pensamiento de Sarmiento, se debe destacar la importancia que le otorgó a la reforma agraria, la cual se basaba en dos cuestiones:
1) Cambiar la aplicación de la tierra. El autor de Argirópolis propuso y justificó la sustitución de la ganadería por el cultivo. Explicó que mientras la ganadería otorgaba un producto fijo, la tierra cultivada aumentaba en proporción al trabajo.
2) Distribución de la tierra y reducción del latifundio. Sarmiento se propuso lograr lo que alguna vez había intentado Rivadavia mediante la ley de enfiteusis con resultado adverso, pensando también en copiar el sistema de colonización de los EE.UU. Además, la distribución de la tierra ayudaría a conformar una comunidad, que apoyada en la propiedad de la tierra, se complemente con la educación formal y cívica. Milcíades Peña hace varias veces referencia en su obra a la postura de Sarmiento contra el latifundio (al cual Peña considera "la columna vertebral de la oligarquía terrateniente"), aclarando que más adelante le traería problemas.
Tercera Parte - Reflexiones y conclusiones
El análisis de los proyectos de estos grandes pensadores puede dividirse en dos planos. El primero abarcaría los aspectos generales, como por ejemplo los elementos básicos para el progreso inmediato; v.gr., mejoras en los transportes, libertad de navegación, de comercio, etc. Más arriba mencioné que podía observarse un alto nivel de coincidencia en esos puntos, lo cual es en realidad consecuencia de una similitud aún más general: su método. En ese sentido comparto con Terán que tanto Alberdi y Sarmiento eran una suerte de híbrido (o mejor, una síntesis) de la tradición ilustrada y la romántica. A partir de la lectura de sus obras se advierte una marcada preocupación por la base empírica de sus estudios (en el caso que nos interesa esa base eran los medios para transformar el ‘desierto’) complementada por una concepción positiva del desarrollo histórico que tendría la nación. El progreso era posible, pero se requerían otros medios. Afortunadamente, aquella base epistemológica era acertada. A pesar de ello, sus ideas eran distintas en varios aspectos.
Un segundo plano de análisis podría ocuparse del alcance de cada una de las propuestas. Como se puede ver en los últimos puntos de la parte anterior, el proyecto sarmientino era bastante más ambicioso, en tanto buscaba darle un contenido más sustancial a ese marco inicial del cual ambos partían. Mientras que Alberdi mantuvo su preocupación en el esquema institucional, Sarmiento intentó llevar ese marco a un nivel más trascendente. Según lo expuesto en la parte segunda del presente trabajo, el tucumano proponía una legitimidad de contorno en la cual se sujetaban las libertades políticas hasta tanto los medios del progreso (inmigración, educación por las cosas, libre navegación, etc.) generasen las bases necesarias para pasar a la república verdadera; no obstante, a esta legitimidad de contorno, Sarmiento le sumaba la legitimidad de contenido, conformando una propuesta más abarcativa.
Entiendo, tal como dicen varios autores, que las ideas de Sarmiento suponían un cambio social, político y económico más complejo. Quizás es por esto que varias de ellas no se vieron consagradas, pese a que logró ocupar cuanto cargo existió. En contraposición, Terán opina que el programa de Alberdi, quien tuvo mucha menos participación directa los gobiernos, es el que pareció imponerse a partir de 1880. Sin embargo, si bien ese proyecto habría tenido más aplicación supongo que no llevó al país a un nivel de progreso como el que imaginó Alberdi, y mucho menos Sarmiento, de lo cual se pueden hacer distintas interpretaciones.
Por un lado, Rodolfo Puiggrós considera que si Argentina no logró un desarrollo que le permita no depender de otros países y otras economías, es porque Alberdi y Sarmiento estaban acomplejados por lo alejado que se encontraba el país del progresismo de la revolución técnica anglosajona, y ello no les permitía proyectar una concepción superadora de ese tipo de desarrollo.
Por mi parte, coincido en mayor medida con la opinión de Milcíades Peña, para quien el progreso de la nación no encontraba su defecto en los proyectos de Alberdi y Sarmiento, sino que el problema residía en la carencia una clase dirigente capaz de llevarlos adelante. Ese es el déficit que se puede detectar a lo largo casi toda historia de la construcción de la nación, y que, lamentablemente, parece aún continuar.
Sin embargo, ni Alberdi ni Sarmiento lograron escapar de los problemas de la clase dirigente en su época, lo cual puede apreciarse en la lectura de sus controvertidas misivas de la etapa post-rosista. La 'Polémica' está básicamente conformada por las Quillotanas, Las ciento y una y una carta posterior de Alberdi. Todo este conjunto de cartas es una sucesión muy extensa de acusaciones y reconvenciones que versan, por lo general, sobre asuntos personales, y de las cuales no es sencillo por momentos apreciar las ideas que trascienden los meros intereses individuales. Ello puede ser relacionado en algún punto con una de las características del romanticismo: la exaltación del yo; que si bien sería un rasgo del movimiento en cuanto al objeto de estudio, también parece afectar a estos pensadores, ya que aunque ambos lo nieguen o no lo hagan explícito, tanto el tucumano como el sanjuanino tenían fuertes intereses en trascender en el aspecto personal.
Anteriormente, se hizo referencia a las relaciones de la élite político-económica de la nueva generación. Mientras Alberdi asumió la causa de Urquiza y viejos federales, Sarmiento optó por sectores influyentes de la Provincia de Buenos Aires, quienes en septiembre de 1852 habían decidido no acompañar a la Confederación. Esa fue una de las causas del surgimiento de la 'Polémica', en la cual ambos se acusan de formar parte del grupo que posterga la organización nacional. Para Milcíades Peña es evidente en ese momento ninguna de las fuerzas eran capaces de sustentar el programa que necesitaba y que, salvando sus diferencias, proponían Alberdi y Sarmiento; ambos apostaron por la que creían que le iba a dar más peso en la vida política. Y, en la opinión de Peña, ambos perdieron: el tucumano terminó en el ostracismo y al sanjuanino le significó entrar en el período más reprochable de su vida intelectual y política y que le significó casi todas las críticas posteriores.
Independientemente de las alianzas que supieron forjar con ciertas esferas de poder, opino que es imposible negar el móvil personal -la avidez ser ellos y no otros quienes guíen al país- que los incitaba a tomar o no partido por determinados grupos o partidos. Por ejemplo, Sarmiento no pudo soslayar en sus cartas la contradicción que le provocaba criticar a Urquiza -de quien tenía gran estima en Argirópolis-, lo cual le imposibilita en cierto modo fundamentar de modo objetivo su oposición al caudillo entrerriano, quien sólo le dio lugar al sanjuanino como boletinero de su ejército. De haber sido adoptado como autor intelectual y militar de ese movimiento, probablemente no lo hubiese criticado como lo hizo. De todos modos, sirve citar a Max Weber, quien, en otra de sus obras, apunta los dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. El político, en su opinión, debe tomar distancia de los hombres, ser mesurado y evitar que la vanidad lo absorba y que la causa se convierta en pura embriaguez personal. En alguna de estos caracteres negativos parecen haber incurrido los mencionados protagonistas argentinos. Por ello, quizás todo hubiese resultado de otra manera si Alberdi, Sarmiento, Urquiza y los demás actores políticos hubiesen puesto en todo momento los intereses del país sobre los personales. O al menos podría haberse dado una 'polémica' más valiosa en cuanto a la objetividad de los básicamente conformada por las Quillotanas, Las ciento y una y una carta posterior de Alberdi. Todo este conjunto de cartas es una sucesión muy extensa de acusaciones y reconvenciones que versan, por lo general, sobre asuntos personales, y de las cuales no es sencillo por momentos apreciar las ideas que trascienden los meros intereses individuales. Ello puede ser relacionado en algún punto con una de las características del romanticismo: la exaltación del yo; que si bien sería un rasgo del movimiento en cuanto al objeto de estudio, también parece afectar a estos pensadores, ya que aunque ambos lo nieguen o no lo hagan explícito, tanto el tucumano como el sanjuanino tenían fuertes intereses en trascender en el aspecto personal.
Anteriormente, se hizo referencia a las relaciones de la élite político-económica de la nueva generación. Mientras Alberdi asumió la causa de Urquiza y viejos federales, Sarmiento optó por sectores influyentes de la Provincia de Buenos Aires, quienes en septiembre de 1852 habían decidido no acompañar a la Confederación. Esa fue una de las causas del surgimiento de la 'Polémica', en la cual ambos se acusan de formar parte del grupo que posterga la organización nacional. Para Milcíades Peña es evidente en ese momento ninguna de las fuerzas eran capaces de sustentar el programa que necesitaba y que, salvando sus diferencias, proponían Alberdi y Sarmiento; ambos apostaron por la que creían que le iba a dar más peso en la vida política. Y, en la opinión de Peña, ambos perdieron: el tucumano terminó en el ostracismo y al sanjuanino le significó entrar en el período más reprochable de su vida intelectual y política y que le significó casi todas las críticas posteriores.
Independientemente de las alianzas que supieron forjar con ciertas esferas de poder, opino que es imposible negar el móvil personal -la avidez ser ellos y no otros quienes guíen al país- que los incitaba a tomar o no partido por determinados grupos o partidos. Por ejemplo, Sarmiento no pudo soslayar en sus cartas la contradicción que le provocaba criticar a Urquiza -de quien tenía gran estima en Argirópolis-, lo cual le imposibilita en cierto modo fundamentar de modo objetivo su oposición al caudillo entrerriano, quien sólo le dio lugar al sanjuanino como boletinero de su ejército. De haber sido adoptado como autor intelectual y militar de ese movimiento, probablemente no lo hubiese criticado como lo hizo. De todos modos, sirve citar a Max Weber, quien, en otra de sus obras, apunta los dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. El político, en su opinión, debe tomar distancia de los hombres, ser mesurado y evitar que la vanidad lo absorba y que la causa se convierta en pura embriaguez personal. En alguna de estos caracteres negativos parecen haber incurrido los mencionados protagonistas argentinos. Por ello, quizás todo hubiese resultado de otra manera si Alberdi, Sarmiento, Urquiza y los demás actores políticos hubiesen puesto en todo momento los intereses del país sobre los personales. O al menos podría haberse dado una 'polémica' más valiosa en cuanto a la objetividad de los argumentos esgrimidos; un debate que, más allá de la capacidad personal, pudo haber ayudado a la organización nacional sin tantos enfrentamientos.
Sin dudas, en lo concerniente a la educación es donde surge la discusión más valiosa e importante de las cartas entre estos dos pensadores, ya que en este punto se reflejan las diferencias básicas de sus pensamientos. Habiendo explicado detalladamente la cuestión en la segunda parte del trabajo, me limitaré a reproducir los argumentos que se dan en la 'Polémica'.
En la tercera carta de las Quillotanas, al estudiar los escritos de Sarmiento, Alberdi remarcó que aquellos ajenos a la política, los que versan sobre la instrucción, eran los más serios. Sin embargo, estos escritos no hacían hombres políticos. Tras sentar esa distinción, agregó y reprodujo su concepción de educación por las cosas: el país necesitaba "[...] más medios de emplear el tiempo sobrante que métodos para abreviarlo sin necesidad. Mucho podrá deber el alfabeto, pero más falta le hacen hoy la barreta y el arado". Por su parte, Sarmiento calificó en la quinta carta de Las Ciento y una aquellos dichos como una condena a la barbarie. Aunque no hacía hombres de estado en estos países (aunque sí en otros), hacía hombres de bien. Luego, se preguntó (de modo retórico) si verdaderamente esa era la palanca de progreso de las Bases. Le advirtió a Alberdi que para hachar y usar la barreta de modo eficaz (lo que se traduce en mayor salario) era necesario leer. Además, mencionó que sólo en EE.UU. (de donde toma su modelo, ver segunda parte) se han perfeccionado los métodos más sofisticados porque allí hasta los peones saben leer. Sarmiento tomó partido por la educación popular, santuario y refugio contra la inundación de la barbarie. Es así que brota la inversión: contra Alberdi, Sarmiento pensaba que el progreso era consecuencia necesaria de la instrucción. Como se explicó previamente, el cambio social que proponía debía ser el punto de partida para favorecer un progreso basado en la formación de un mercado nacional, al cual debían concurrir los individuos alfabetizados, instruidos e integrados. En cambio, en la concepción desarrollista de Alberdi, la educación por las cosas actuaría de forma gradual, coincidiendo con las necesidades y objetivos de la república posible que luego daría lugar a la verdadera. Por ello, Juan Fernando Segovia opina que la teoría del transplante (o teoría agronómica del progreso, como la llama él) pecaba de un absurdo mecanicismo, a lo cual se sumaba una extrema confianza en el diseño institucional como garantía del progreso económico.
Considero que lo más relevante de este trabajo es intentar de reflejar los puntos de coincidencia y discordancia entre estos dos grandes pensadores respecto de sus propuestas de conformación del Estado nacional. Ante esas propuestas, algunos argumentos de la 'Polémica' resultan en cierto en modo intrascendentes, y por ello no los he citado. Lo importante son las ideas y las formas de llevarlas a cabo, no los insultos ni las acusaciones. No obstante, tampoco se puede negar que varios de los argumentos de las Quillotanas y Las ciento y una ayudan a contextualizar esas ideas, ya que las mismas no se desentienden absolutamente de los estilos y características de sus autores. Pero lo cierto es que si bien Alberdi y Sarmiento presentan proyectos serios para el país, parecería por momentos que quedaron atrapados, en la 'Polémica', en una discusión un tanto superflua sobre cargos, responsabilidades y títulos. Por momentos, se olvidaron avocarse al 'cómo' y pusieron toda energía su el 'quién'. Tras la figura de Urquiza o contra aquella, uno y otro se escudaron para justificar quién tenía más méritos o quién merecía más reconocimiento.
Como bien dice Sarmiento en el Facundo, las ideas no se matan (On ne tue point les idées). Ahora bien, tampoco se las debería postergar por cuestiones personales. Justamente, por esa razón he traído a colación la 'Polémica', para relativizarla y demostrar que la conformación de la nación se debía (y se debe) desarrollar en torno a ideas y propuestas positivas, no a intereses personales. Al mismo tiempo, es interesante reflejar (y no olvidar) cómo las injerencias políticas pueden llegar a desvirtuar las construcciones más elevadas, postergando el interés general. Por ello, me gustaría concluir el trabajo con estas palabras de Ariel Álvarez Gardiol:
"Fueron [Alberdi y Sarmiento], en suma, dos artífices de nuestra organización nacional. Lamentablemente, así se han entrelazado los sucesos en nuestra incipiente República y pareciera que hoy seguimos los pasos de este gen rebelde de la controversia. Los hombres públicos están como condicionados a la destrucción de sus adversarios. No hemos aprendido de nuestro errores y de los enfrentamientos que se dan a veces entre las mismas facciones, persiguiendo a veces nobles ideales pero también desde la mediocridad del caudillismo".
Leandro E. Ferreyra.